Vivimos rodeados de pantallas. Desde ellas vemos pasar la vida como si fuera una transmisión ininterrumpida de eventos ajenos.

Opinamos sobre lo que sucede en el mundo, criticamos a los políticos, analizamos los movimientos sociales, compartimos indignaciones… pero desde la distancia cómoda del espectador.

Ser espectador es fácil. No exige compromisos. No arriesga. No desgasta. Nos da la ilusión de estar informados, de tener criterio, incluso de ser críticos. Pero en el fondo, ser solo espectador es una forma elegante de no hacer nada. Es estar, pero no participar. Es vivir a medias. O como diría mi padre, novillero en su vida de joven, “no es lo mismo ver los toros desde la barrera”.

En contraste, ser protagonista implica implicarse. No siempre con grandes gestos ni desde grandes escenarios, pero sí con voluntad activa. Se participa cuando se organiza una junta vecinal, cuando se enseña con convicción, cuando se levanta la voz por quien no puede, cuando se exige respeto, cuando se ejerce el voto con conciencia, cuando se cuestiona lo que parece normal pero no es justo.

La participación no se limita al ámbito político. Participar es hacerse cargo de la propia vida, de la comunidad, del entorno. Es comprometerse con causas, con ideas, con personas. Es entender que cada quien tiene un papel que jugar, y que no hay pequeña acción cuando se hace con sentido y constancia.

El problema es que el sistema —la inercia, la rutina, incluso la cultura del entretenimiento— nos entrena para mirar y no para actuar. Nos vuelve comentaristas de nuestra propia historia. Y si no tenemos cuidado, terminamos creyendo que nuestra única forma de influir en el mundo es dejar una reacción en redes o una crítica en voz baja.

Este martes #DesdeCabina quiero retomar una reflexión largamente discutida y ejemplificada a lo largo del tiempo: la historia, la verdadera historia, la que transforma comunidades y redefine futuros, la hacen quienes se atreven a participar. Y muchas veces no empiezan sabiendo cómo. Solo empiezan.

Participar es asumir que no todo está escrito. Que aún hay decisiones que dependen de nosotros. Que la realidad puede ser diferente si la enfrentamos juntos. Y que aunque las estructuras parezcan inamovibles, una persona comprometida puede ser el punto de partida de un cambio mayor.

Por eso, hoy más que nunca —con urgencia—, necesitamos menos espectadores y más protagonistas. Personas que no esperen a que todo esté resuelto para actuar. Que no se paralicen por no tener el escenario perfecto. Que entiendan que la participación no es un acto heroico, sino una práctica cotidiana de responsabilidad y esperanza.

La vida —personal, social, política— no mejora porque la miremos con atención. Mejora porque alguien se atreve a dar un paso al frente y cambiar algo. Ese alguien puedes ser tú. Podemos ser todos.

Porque el futuro no se contempla, se construye con protagonistas, no con espectadores.

@Jorge_GVR

Google News