Con profundo orgullo puedo compartir este martes #DesdeCabina un opinión muy personal respecto de las amistades atemporales, de esos amigos que no solo no tienen edad sino que tampoco tienen origen ni final; que los unen, las coincidencias o diosidencias dirán quizá algunos con algún tinte religioso; la idea es la misma, hay pequeñas notas en una sinfonía larga o corta, pero muy de la amistad en si misma. Por fortuna disfruto de muchas amistades así y quiero compartir una reflexión sobre una de ellas.
Tuve la increíble fortuna, en mis experiencias laborales anteriores, de construir relaciones duraderas, basadas en confianza, esfuerzo, fracasos y logros compartidos. Esas amistades, a veces iniciando a través de procesos institucionales, en la gran mayoría de las ocasiones terminando con entrañables relaciones de cercanía, a pesar de la lejanía física o distanciamiento temporal.
Una relación que se construyó en este sentido fue con un ejecutivo de alto nivel en una de nuestras fuerzas armadas de nuestro país. Desde que él y un servidor compartimos iniciativas de formación, colaboración e intercambio de experiencias e incluso desarrollo de proyectos de índole tecnológico, nuestras visiones coincidieron de manera sorprendente, nuestros esquemas de trabajo, la persistencia y tenacidad se convirtieron rápidamente en una característica que se impregnó en todos esos proyectos y colaboraciones que compartimos durante años.
Hoy que nuestras responsabilidades nos vuelven a encontrar en ámbitos que compartimos desde liderazgos y responsabilidades parecidas en el fondo pero abismalmente diferentes en nivel y complejidad, hago memoria de aquello que años atrás nos unió y agradezco infinitamente su amistad, acompañamiento y por qué no, complicidad en problemas y visión sobre lo correcto, sobre los retos del día a día y las responsabilidades que en muchas de las ocasiones, para alguien de su nivel, se viven en soledad. Admiro su entereza y sobre todo, la ecuanimidad con que aborda problemáticas complejas, ejercicios incansables y sobre todo la poderosa convicción de que, hacer lo correcto para el país y para una organización del tamaño y nivel que lidera, debería ser la obligación de cualquier mexicano que como él hoy se encuentra al frente de estos retos.
No soy comparable, ni siquiera un poco, con este amigo o quizá mentor auto asignado. No es ese el interés de esta reflexión hacerlo ver, ni pretender compararme siquiera en algunas características.
Si, por el contrario, es el reconocer que el valor de una amistad y la apreciación de esta a través de la admiración, es una carta en una misma mano, y que aun cuando se juegue y se jueguen incansables partidas en el pokar de la vida -quizá ya me mandé un poco con la alegoría literaria-, puede pasar toda una vida sin que esa quizá poco probable combinación de cartas vuelva a aparecer.
Celebro coincidir en esta vida con personas así, con seres de luz, con almas buenas que comparten y se esfuerzan por hacer lo correcto, con ejecutivos, que sin importar el cargo en turno, busquen hacer la diferencia dejando huella no por marca de su nombre en si, sino porque no hacerlo sería no seguir su propia naturaleza. Gracias por el camino compartido Almirante.
@Jorge_GVR