Desde hace décadas que tengo la fortuna de ser parte de equipos de trabajo, a veces como integrante, otra veces como líder; en todas ellas el ritmo que bien marcan los miembros o los líderes, ha determinado en la gran mayoría de los casos, la fuerza, el enfoque y la lógica del proceso o procesos que deben de seguirse para lograr los objetivos.

Bien decía Nelson Mandela, “No importa cuán despacio avances, siempre y cuando no te detengas”. De esto quiero hablar esta semana #DesdeCabina, de nunca detenerse, de siempre avanzar e incluso acelerar el paso, cuando más complejos se ven los escenarios. Empecemos.

Hay equipos que, aun con el cansancio encima, encuentran la manera de apretar el paso. No porque alguien lo exija, sino porque saben que están construyendo algo que vale la pena. Son los que entienden que el resultado no llega de la nada, sino del ritmo, la sincronía y el sentido compartido.

En todo equipo hay quien empuja, quien ordena, quien inspira y quien da serenidad. No todos corren a la misma velocidad, ni lo necesitan. Lo importante es que nadie se quede quieto, que cada quien asuma su rol sabiendo que el movimiento del conjunto depende también del suyo. Cuando el cansancio se asoma, no es momento de aflojar, sino de re enfocar: ajustar la respiración, revisar la dirección y recordar por qué estamos aquí.

A veces, la rutina o el peso de lo cotidiano pueden hacernos olvidar el propósito. Nos volvemos operativos, casi automáticos, y dejamos de mirar más allá de la tarea inmediata. Pero los equipos que trascienden no se mueven solo por cumplir, sino por transformar. Entienden que cada esfuerzo suma al propósito común, aunque no siempre se vea a primera vista.

Redoblar el paso no es correr sin sentido. Es mirar con más claridad, corregir el trazo y mantener la fe en el destino. Significa sostener la energía cuando otros dudan, y contagiar confianza cuando el horizonte se ve borroso. En esos momentos, la diferencia no la marcan los recursos, sino la actitud.

He visto equipos que avanzan entre obstáculos con una fuerza que no proviene de la prisa, sino del compromiso. Se levantan, se corrigen, se reinventan. Y cuando parece que ya no pueden más, encuentran en el propósito la gasolina que faltaba. Porque el motor no está en las piernas, sino en la convicción.

Liderar en esos momentos no consiste en gritar más fuerte, sino en mirar más lejos. En saber cuándo acelerar y cuándo cuidar el ritmo. En reconocer el cansancio sin rendirse a él. Porque a veces, el liderazgo se expresa simplemente sosteniendo el paso para que nadie se quede atrás.

No se trata de correr para llegar antes, sino de llegar juntos, sabiendo por qué lo hacemos. Cada paso, cada ajuste y cada respiro forman parte de una ruta más grande que nos trasciende. Y cuando el equipo lo entiende, algo cambia: ya no se trata solo de avanzar, sino de avanzar con sentido.

Acelerar el paso, entonces, no es una orden. Es una decisión. Una manera de honrar el camino recorrido y de seguir caminando con propósito. Porque quien sabe por qué está aquí, siempre encuentra cómo llegar más lejos.

@Jorge_GVR

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