La vez anterior nos planteábamos que la democracia está en declive a pesar de que hay elecciones, y que esto se debe a que los autócratas las necesitan, puesto que proporcionan legitimidad
Vivimos en una era donde la “posverdad” ha tomado un papel protagonista en el ámbito político y social. La posverdad transciende al tratar de crear un mundo artificial al servicio del poder. La mentira se convierte en instrumento normal de la política. La costumbre o el hábito de mentir ocurren en la estrategia fundamental. La gran mentira forma parte de la forma de vida de los populistas.
La posverdad se refiere a situaciones donde los hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión pública que las emociones y creencias personales. Es tan predominante que incluso ha remodelado la forma en que se conducen las campañas electorales y cómo se perciben los conflictos globales, incluyendo las guerras.
No se debe entender como un fenómeno correcto, aceptable y sin secuelas, pues todos los sectores se impactan y las consecuencias tendrán diferentes grados de gravedad, ya sea en la sociedad en general, o bien, en la academia, tanto en la docencia como en la investigación.
En la política, especialmente evidente es durante períodos electorales, ya que se observa una disminución en la importancia de la verdad y los hechos, en todo el mundo. AMLO en México ha demostrado ser hábil en crear “sus propios datos” y en marcar la agenda mediática, enfocándose en historias y promesas que resuenan emocionalmente con los votantes, más que en hechos y cifras concretas.
Manifiesta que el Tren Maya es único en el mundo, que la salud en México será como en Dinamarca, y que la educación es de las mejores del mundo. Desde hace mucho comprendió que lo que realmente mueve a la gente son las historias que resuenan con sus emociones y creencias. Así que, en lugar de dar un discurso lleno de hechos y cifras, cuenta una historia y hace promesas que suenen bien, aunque no estén muy basadas en la realidad.
Otro de los actores más cuestionados es Donald Trump, tanto en el caso de su elección como presidente de los Estados Unidos como en el de sus acciones ya en la silla presidencial, la estrategia utilizada, desintegraron los valores públicos en una democracia donde no sólo hay normas de elección, sino un consenso político que construyó reglas no escritas. Además, cosas insólitas: como el escándalo del espionaje ruso para afectar a Hillary Clinton y las declaraciones de Trump sobre ella, que fueron virales en Facebook.
Las redes sociales han jugado un papel crucial en la posverdad. Según un estudio realizado por el Instituto de Tecnología de Massachusetts, las noticias falsas tienen un 70 por ciento más de probabilidades de ser retuiteadas que las verdaderas. Esto sumado a que aproximadamente el 85 por ciento de los adultos a nivel mundial reconoce el problema de las noticias falsas y la desinformación en internet, según Pew Research Center, que es un centro de datos independiente que informa al público sobre los asuntos, las actitudes y las tendencias que le dan forma al mundo.
La desinformación no solo se limita a la presentación de hechos falsos, sino que también incluye la falta de un contexto verídico. Algunos medios de comunicación, recurren a técnicas que condicionan al lector a asumir una postura específica, utilizando medias verdades o datos incompletos. Este enfoque en la creación de un contexto específico, permite la construcción de múltiples realidades en el imaginario colectivo.
En México la desconfianza es todavía mayor, solo un 36 por ciento de la población indica tener confianza en los medios, y la mayoría prefiere informarse a través de “influencers” y celebridades, a quienes identifica como personas más cercanas a su realidad o a sus aspiraciones (Digital News Report 2023 del Instituto Reuters).
Los expertos opinan que esta elección, es más una competencia de narrativas en el imaginario colectivo mexicano, que de hechos o capacidades.