A finales del siglo XX, política, la democracia y la libertad parecían consolidadas. La mayor parte de los países del mundo estaban convencidos de avanzaban en esa dirección. En el siglo XXI, se da un cambio y se ven amenazadas por una oleada creciente de gobiernos autocráticos.

Moisés Naím, columnista y miembro del Carnegie Endowment for International Peace en Washington, explica que la política del siglo XXI se rige por las tres “Ps”. “Hay tres ‘Ps’ que están reinventando la política del siglo XXI: el populismo, la polarización y la posverdad. El populismo siempre ha existido. La polarización es la sociedad dividida y enfrentada. Todo ello actúa en medio de la propaganda, a la que ahora llamamos posverdad. Estas tres ‘Ps’ han adquirido una potencia y unas formas de interactuar de las que carecían antes”.

Al populismo se le confunde con una ideología, pero no lo es. Son herramientas, trucos y tácticas para obtener el poder y no dejarlo. Esta política se basa en la estrategia de divide y vencerás. La gran división social es entre el “pueblo maltratado” y una “élite que abusa y lo maltrata”. Y en medio aparece un caudillo que ofrece al pueblo bueno el fin del maltrato.

Así llega al poder, la división, ahora, es producto de una polarización tóxica. Consiste en no aceptar que los contrarios o “adversarios” tienen derecho a poder gobernar. Es la polarización que estamos viendo en las democracias actuales.

Esa polarización se ve influenciada por la posverdad. Antes utilizaba el término “propaganda”. La posverdad la incluye, pero la transciende al tratar de crear un mundo artificial al servicio del poder. La mentira se convierte, lamentablemente, en instrumento normal de la política. La costumbre o el hábito de mentir ocurren en la estrategia fundamental. La gran mentira forma parte de la forma de vida de los populistas. Por ello, hay que disminuir e impedir la impunidad de los mentirosos.

La toma del poder ahora no es diferente, históricamente, los dictadores eran militares que daban un golpe de Estado y asumían el poder. Ahora es un proceso en el que, poco a poco, se van quebrantando los elementos fundamentales de una democracia. Se hace de forma que la población no lo perciba, colocando a sus partidarios en la estructura de los poderes y de la administración de los gobiernos.

En 2011, el 40% de la humanidad vivía en régimen autocráticos, en 2021 era el 70%. El número de países que son democracias ha disminuido a 31. ¿Causas? La aparición de las redes sociales, con su inmensa influencia sobre la sociedad.

Lidiar con los autócratas depende de la narrativa de cómo presentar una democracia. La narrativa del autócrata está profundamente enraizada en la anti política. En ella, todo es malo, lo de antes no sirve y hay que traer algo nuevo.

¿Por qué si la democracia está en declive hay tantas elecciones? Porque los autócratas las necesitan puesto que proporcionan legitimidad.

Resulta fácil engañar a las personas, manipularlas. Todo eso ahora está potenciado por las redes sociales y las nuevas tecnologías. Además, está la “necrofilia política”, que es el amor por ideas muertas, que han sido probadas una y otra vez y siempre fracasan. Nos hemos acostumbrado a que solo hay que votar cada cuatro o cinco años y no debemos hacer más. Pero no basta porque podemos perder la libertad.

Por tanto, hay que mejorar la narrativa de la democracia. El problema es que esa narrativa tiene un producto medio obsoleto. La democracia tiene que adaptarse a las realidades del siglo XXI, como el cambio climático, la inteligencia artificial. Eso transciende fronteras, transciende regímenes. Hay que alinear la democracia con las exigencias de las personas del siglo XXI. La narrativa no puede ser la defensa de una democracia que no se ha actualizado con las realidades del siglo XXI.

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