Hace tiempo, si mal no recuerdo hace ocho años, caminaba por la calle de El dolido (que así le decían en el pueblo), esta era una calle oscura, larga silenciosa y era un paso obligado de carrozas hacia la Central de Abasto.  Muy poca gente pasaba por ahí, de noche era la calle más vacía, pues la vida de esa vialidad terminaba a las 8 de la noche y  renacía a las 6 de la mañana del otro día  ¡10 solitarias horas!

Pasé aquella noche de invierno, me dirigía a la casa de mi tío Efrén para entregarle un regalo que mi padre le había enviado por su cumpleaños. Mi tío era un viejo amargado, duro y frío, más que una piedra. Se dedicaba al cultivo de la amapola, por lo tanto su círculo social no contaba con personas dignas de ser presentadas y  por eso se mantenía alejado de la familia.

Toqué la puerta y varios minutos después mi tío abrió;  su casa era vieja y muy desordenada, en esa vivienda había de todo menos orden y pulcritud. Cuando me ofreció chocolate caliente pude llegar hasta la cocina, en mi camino observé cómo su actividad le había dado tantos frutos, que esa casa era una galería de excentricidades. En la pared, una foto de un niño que tenía los mismos ojos y nariz que yo, casi podría decir que era un espejo en el que yo me reflejaba. Lo miré y ese niño no dejaba de mirarme, como si quisiera decirme algo.

Ofuscado por la mirada de los ojos claros del niño, me fui hasta donde estaba mi tío.

Ya con taza de chocolate en mano charlamos un poco, le pregunté sobre su pasado, me preguntó sobre mi presente y agregó consejos para mi futuro, jamás había tenido una conversación tan buena con aquel viejo. Lo notaba ansioso y con ganas de revelarme alguna verdad que le carcomía la conciencia. Me despedí de él, no me dejaba de mirar, y poco a poco sus ojos soltaron unas lágrimas irreconocibles, esos ojos nunca se habían expresado así desde que los conozco, sentí miedo y a la vez compasión. No me dijo más, no necesitaba decirme más porque seguro él ya sabía que los minutos siguientes pasaría lo que sus ojos delataban.

Al retirarme me gritó, su ronca voz se quebró, “Con cuidado muchacho, esa calle del mentado Dolido no me da buena espina”, yo no hice mucho caso, le guiñé el ojo y me retiré. Justo cuando pasaba por la foto de aquel niño sospechoso, ocurrió lo que le pasa a los santos: el niño de la foto también lloraba.

Caminando por la calle, la misma por la que llegué, me acordé de las palabras de mi tío, se veía poco, la luz era escasa. La advertencia del hombre del cual seguía sin comprender sus lágrimas, no dejaba de invadir mis pensamientos.

Empecé a caminar por la calle, cada vez iba más lento y por los nervios, a pesar de la brisa congelante, sentía mucho calor. Una fuerte ráfaga de aire voló mi gorra. En ese momento sentí lo que jamás había sentido. Un vacío en mi estómago, mi mirada se paralizó, mis pensamientos se fueron a un abismo.

¡Qué fue eso, mi cabeza pensó! Lentamente, cuando regresaba por mi gorra la temperatura bajó aun más y los fuertes vientos se detuvieron, al agacharme por mi gorra sentí un murmullo en mi oído, ¡alguien había respirado a mi lado! Voltee buscando a la persona, pero nada, sentimientos de miedo y terror arribaron a mi cabeza, no quería más murmullos y nuevamente apareció esto, pero ahora diciendo mi nombre, la voz no se cansaba de repetir una y otra vez cada letra de mi nombre.

“¿Quieres jugar conmigo?” preguntó.  La voz del niño tuvo rostro, con más miedo que valor dirigí mi mirada hacia donde estaba la voz, y vi una cara familiar, ya la conocía, ya lo había visto. Aquel niño de ojos claros en la pared de Efrén, parecía que había abandonado el retrato para llegar hasta a mí. Su piel era blanca, usaba zapatos rojos, los mismos que usaba yo, tenía moretones en todo su cuerpo, una quemadura en su mejilla, como si fuera la marca de un castigo casi mortal. Curioso, yo también tengo esa cicatriz.

De la nada, aquel niño se encontraba frente a mí, y volvió a mencionar mi nombre, mis ojos empezaron a secarse, mis uñas me dolían y mi boca se retorcía, y reiteró “Tú vienes a jugar conmigo, porque tu juego inició el mismo día en que yo me fui”. Recordé mi niñez, una infancia atroz y dolida.

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