Nos llenamos de apps para aprender matemáticas, de videos para resolver ecuaciones, de plataformas que enseñan a programar. Se volvió común pensar que el conocimiento está al alcance de cualquier joven con un celular y conexión a internet. Pero no es así. Lo que cada adolescente decide estudiar, las carreras que imagina, los libros que llega a leer, incluso los museos o laboratorios que conoce, dependen mucho más de lo que su familia y su entorno consideran importante, y por supuesto, de las posibilidades económicas.

Un informe reciente de la OCDE sobre preparación vocacional adolescente mostró algo que ya intuíamos: las aspiraciones profesionales siguen fuertemente determinadas por el origen social. Incluso quienes obtienen altos puntajes en matemáticas, lectura o ciencias, si provienen de contextos desfavorecidos, son menos propensos a terminar la universidad, en comparación con estudiantes con bajo rendimiento académico pero con familias de mayor capital social, cultural y económico (OECD, 2025).

Los datos muestran que el capital social importa: tener una tía que es ingeniera, un hermano que estudia medicina, una profesora que te llevó de visita a un centro de investigación, una mamá que fue a la universidad e insiste en levantarte cada mañana. Pero también importa si hay dinero para el transporte, si hay estabilidad en casa, si se puede dejar de trabajar para ir a clases. Las aspiraciones no brotan solas. Se construyen, y se sostienen con recursos.

En Querétaro y en Guanajuato hay jóvenes que quieren estudiar pero, anque tienen becas, viven a dos horas —o más— de las universidades que ofrecen las carreras que son de su interés. Para muchos, el transporte público significa tres horas de ida, y tres de regreso, todos los días. El trayecto desgasta. En la práctica, muchos optan por rentar cuartos compartidos. Lo que no se dice es que eso también tiene un precio emocional y económico: vivir lejos de la familia, asumir el costo de la renta, de los alimentos, de las tareas cotidianas. Aunque haya becas, no todas alcanzan. Aunque haya transporte, no todos pueden subirse.

Las instituciones han intentado atender esta desigualdad. En Querétaro, por ejemplo, se ha facilitado el acceso al transporte público para estudiantes. Pero no es suficiente. La ciudad ha encarecido tanto las rentas que estudiar fuera de casa ya no es una opción viable para muchas familias. Las decisiones educativas también pasan por cuánto cuesta estudiar y por cuánto se puede sostener el esfuerzo de hacerlo.

Aunque existen opciones de carreras virtuales, también tienen sus costos y no sustituyen la experiencia universitaria: estar cerca de los laboratorios, de los profesores en contacto cara a cara, de las compañeras y compañeros.

Y para muchas personas jóvenes, ese entorno sigue estando lejos. Porque las condiciones materiales también deciden quién puede sostener ese camino. Para muchos jóvenes , la universidad sigue estando lejos.

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