Durante años, la narrativa dominante sobre la delincuencia organizada en México se centró en el narcotráfico. Se hablaba de rutas, cargamentos y enfrentamientos, como si todo girara exclusivamente en torno a las drogas. Pero esa mirada ya no basta. El negocio de las organizaciones se ha diversificado, y lo ha hecho con una lógica ferozmente eficiente, más cercana al capital especulativo que a las mafias tradicionales. Los grupos criminales que operan hoy en el país no solo controlan territorios: exploran mercados, encuentran nichos, innovan. Y diversifican.

La transición es clara: de estructuras que operaban bajo códigos —no necesariamente éticos, pero sí funcionales— se ha pasado a conglomerados delictivos que adoptan una lógica de acumulación intensiva, sin lealtades, sin límites y sin freno. La figura del capo que resolvía conflictos comunitarios o financiaba obras públicas, aunque profundamente problemática, respondía a una lógica de convivencia. Hoy eso se desvanece. Lo que persiste es una red ilícita que opera como empresa trasnacional: terceriza funciones, ocupa mercados, impone reglas y castiga disidencias. No busca legitimidad social, solo rentabilidad.

Cualquier actividad rentable se convierte en negocio criminal. Y al operar fuera de la ley —sin impuestos, regulaciones ni derechos laborales— la ganancia es mayor. La ilegalidad no es un obstáculo: es su ventaja estratégica.

La organización Environmental Investigation Agency acaba de publicar un estudio que coloca a Querétaro en el centro de un esquema de tráfico internacional de mercurio. Entre 2019 y 2025 se documentó la exportación ilícita de al menos 200 toneladas hacia Sudamérica, especialmente Bolivia, Colombia y Perú, donde se usa para refinar oro ilegal.

El mercurio se volvió negocio criminal: tiene bajo costo en México y alta demanda en el sur del continente. Esta economía paralela opera sin regulación, sin impuestos y con altos márgenes de ganancia (EIA, 2025).

Resulta incómodo admitirlo, pero la delincuencia organizada también innova. Mientras muchas políticas públicas se diseñan bajo supuestos de criminalidad estática, las organizaciones criminales se adaptan con agilidad a los cambios tecnológicos, a las crisis logísticas, a las nuevas demandas del mercado global. Lo que fue negocio ayer, hoy es descartado si ya no resulta rentable. Lo que parecía impensable se convierte en oportunidad.

Querétaro no es ajeno a esta transición. Es un estado donde la industria configura los territorios, y donde el capital —formal e informal— encuentra condiciones propicias para operar con discreción. La presencia de economías ilícitas vinculadas al tráfico de mercurio revela que incluso los entornos percibidos como estables pueden convertirse en nodos estratégicos para redes criminales sofisticadas. Aquí también se compran voluntades, se capturan procesos institucionales y se disputan espacios de poder. En un entorno donde la legalidad convive con la omisión, el crimen organizado no necesita confrontar: le basta con insertarse en las mismas dinámicas que ordenan el desarrollo económico.

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