En estos tiempos donde nuestra vida es una película transmitida en redes sociales, es inevitable que lo bueno, lo malo y lo feo se exponga al mundo. Un video puede ser el detonante de una cadena de reflexiones, como sucedió la semana pasada en Querétaro. La destitución de Cristina Niño de Rivera, directora de Gobierno de Querétaro, se volvió viral. En el video, la funcionaria explica que salió de su oficina en horario laboral para no atender a personas que buscaban una cita. Este evento no solo fue una tendencia efímera; puso sobre la mesa cuestiones fundamentales sobre la calidad del servicio público y el compromiso de quienes nos representan.
Contar con servidores públicos locales capaces y comprometidos es crucial. Ellos tienen la mayor cercanía con las necesidades inmediatas de la comunidad. Sin embargo, en muchos municipios y estados persiste una cultura de designación basada en conexiones personales y lealtades políticas, en lugar de competencia y vocación de servicio. Este patrón no solo socava la eficiencia administrativa, sino que también erosiona la confianza pública.
Querétaro podría explorar un modelo que siente las bases de un servicio moderno de servidores públicos que le dé estabilidad y profesionalismo a la función pública. Es crucial alejar del servicio público la idea de que los espacios de la administración dependen de la lealtad partidista o política. Un modelo de burocracia para los entes públicos de Querétaro debería depender de la selección ciudadana, donde los exámenes de ingreso y permanencia sean uno de los elementos de estabilidad en los puestos. Se trata de elegir a quienes realmente representen a la ciudadanía, evitando que los puestos clave sean ocupados por juniors sin la empatía y vocación necesarias.
Para garantizar una administración pública eficiente y ética, es crucial que tanto la Ley de Responsabilidades como el Servicio Profesional de Carrera se implementen y respeten plenamente. Además, es necesario que se desarrollen indicadores del servicio público derivados de la opinión y de la atención que las personas perciban en su contacto con la administración. Ya no sería la lealtad hacia el jefe, el dispensador del puesto o el partido, sino una lealtad ganada a diario por los servidores públicos.
En este contexto, es vital que la sociedad civil y las instituciones académicas trabajen juntas para promover una cultura de ética y servicio. La formación de futuros servidores públicos debe enfocarse no solo en habilidades técnicas, sino también en valores y principios éticos. Las universidades, como la ENES Juriquilla de la UNAM, tienen un papel crucial en este aspecto, preparando a los estudiantes no solo para ser competentes en sus campos, sino también para ser ciudadanos comprometidos con el bien común.
El reciente escándalo en Querétaro debe servir como un llamado a la acción para fortalecer la formación ética en todos los niveles de la educación pública y exigir mayores estándares de responsabilidad en nuestros líderes. Solo así podremos garantizar que el servicio público sea verdaderamente eso: un servicio dedicado al bienestar de toda la ciudadanía.
Investigadora de la UNAM, campus Juriquilla