Querétaro ha cambiado, sin lugar a duda. Algunas personas lo comentan con nostalgia, añorando la tranquilidad típica de las ciudades pequeñas con sociedades más tradicionalistas y, debo decirlo, conservadoras. Un entorno social de círculos estrechos, donde la gente se reconocía en la calle y, al presentarse en un evento, se escuchaban frases como: “¿Eres Urquiza?, ¿de cuáles Urquiza?, ¿de los de los camiones?”.
Sin embargo, todo esto ha cambiado. Olas de población, al igual que las inversiones, llegaron de fuera —unas siguiendo a otras; la gente sigue los trabajos y los trabajos siguen a la gente— transformando el paisaje, la manera de vivir la ciudad y también las conversaciones. Así, la ciudad ya no da esa ilusa sensación de ser una isla queretana “a la corregidora”, sino un espacio mucho más conectado con las dinámicas del resto del país y del mundo, para bien y para mal. Y no es que antes no lo estuviera; más bien, la realidad ha debilitado las resistencias de quienes se aferraban a un discurso que susurraba, haciendo uso de las costumbres “bonitas”: “aquí no pasa, aquí eso no sucede”. La realidad, pero también la apertura a nuevas ideas y nuevas conversaciones, ha mostrado la manera en que la ciudad se entiende a sí misma.
Y hablando de conversaciones, quiero mencionar que esta semana el Hay Festival cumplió su décima edición en Querétaro. Se trata de un esfuerzo colectivo en el que participan varias instituciones públicas y privadas, entre ellas universidades, para organizar presentaciones de libros, charlas, conciertos y talleres que dan cuenta de la realidad social. Ayer sábado, por ejemplo, el Hay dio lugar a diversas charlas sobre temas difíciles en los que es necesario reflexionar como sociedad. Mencionaré dos en este espacio: un foro entre Miriam Ramírez, Carmen Aristegui y Daniel Pardo, en el que se habló de las condiciones adversas que enfrenta el periodismo en el país, y un conversatorio entre Yadira González, Alma Delia Murillo, Mirna Nereida y Héctor Guerrero sobre la búsqueda de personas desaparecidas en diferentes estados, y también en Querétaro.
En la charla sobre los riesgos de ejercer el periodismo, y en la que especialmente Miriam habló de la situación de las y los reporteros locales que trabajan entre la precarización, la estigmatización y las amenazas—con el riesgo de perder el trabajo o incluso la vida—, lo que más me llamó la atención fueron los comentarios del público. Reflejaban asombro e indignación por la situación del país, pero casi no hubo referencias a lo que ocurre en Querétaro. Un hombre, por ejemplo, expresó su hartazgo de ver en las noticias nacionales tantas notas sobre violencia y tragedias. Un joven influencer agradeció a Aristegui que, alguna vez en Harvard, lo corrigiera cuando dijo que Querétaro era una ciudad chiquita. En fin, era una buena oportunidad para hablar de las problemáticas que enfrenta el periodismo local y que pocas veces se visibilizan: la censura ejercida bajo presiones desde el poder y la compra de conciencias.
En contraste, en el evento sobre los desaparecidos, Mirna y Yadira hablaron de la situación en Querétaro. Y es que, según los datos del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas, desde 2015 y hasta la fecha en el estado se contabilizan 513 personas a las que se les levantó un reporte de búsqueda. La cifra ha crecido durante los últimos años.