Iliana Padilla

Adolescentes que consumen alcohol en Querétaro

En Querétaro, como en casi todas las ciudades del mundo, las y los jóvenes consumen alcohol. Quienes tenemos adolescentes bajo cuidado lo sabemos bien: desarrollamos todo tipo de estrategias para observar y contener conductas, y tratamos de mantener la calma mientras les acompañamos en ese tránsito complicado entre la autonomía y el riesgo. Sabemos que el consumo de alcohol, por sí mismo, no es necesariamente un problema; lo verdaderamente relevante son los riesgos que implica cuando no existe supervisión ni información adecuada: daños a la salud, la posibilidad de que el consumo se vuelva problemático y la propensión a conductas imprudentes, como manejar en ese estado o involucrarse en situaciones que les ponen en peligro.

Sin embargo, cuando hablamos de adolescencias resulta engañoso asumir que todas y todos viven las mismas condiciones. Esa idea de un “piso parejo” suele permear el diseño de las políticas públicas, donde quienes toman decisiones proyectan sus propias experiencias y sesgos, imaginando una juventud homogénea que no existe. En la práctica, algunas y algunos cuentan con acompañamiento familiar, otras y otros crecen sin esa red, y también existen casos en los que la iniciación al consumo proviene directamente del entorno más próximo.

¿En dónde consiguen alcohol las y los jóvenes en Querétaro? En realidad lo consiguen casi en cualquier lugar. Lo compran en las tiendas —esas que están en cada esquina, en todo México— con mucha facilidad; las aplicaciones de reparto se los llevan a domicilio; también lo obtienen en sus propias casas. Otros asisten a bares donde, según me contaron, pagan una cuota extra en la entrada o presentan una identificación que a todas luces es falsa. Y, cada vez con más frecuencia, acuden a fiestas clandestinas organizadas por grupos de WhatsApp. Entre todas las modalidades, esta parece la más riesgosa: reúnen a decenas de adolescentes en casas o espacios improvisados, con medidas mínimas de seguridad, vendiéndoles alcohol —que incluso puede estar adulterado— y ofreciéndoles otras sustancias. Estas fiestas, como todo lo que opera en la clandestinidad en este país, se organizan gracias a redes de complicidades.

Al escuchar estas historias, querido lector, es difícil no llegar a la misma conclusión: el alcohol está por todas partes y contener el consumo entre adolescentes se vuelve una tarea que parece nos rebasa. Para quienes somos guardianes a veces se siente como intentar detener una corriente constante de una cascada solo con las manos juntas. La solución, entonces, no parece residir únicamente en la prohibición. Las y los especialistas en adicciones llevan años advirtiéndolo: lo más importante es el acompañamiento comunitario, el trabajo familiar y colectivo. Sin embargo, estos esfuerzos se vuelven más difíciles en una sociedad como la queretana, donde los lazos sociales se han vuelto más distantes y la solidaridad mecánica se percibe como un bien cada vez más lejano.

En este contexto surgió una iniciativa presentada en el Congreso de Querétaro para establecer controles más estrictos en la venta de alcohol a menores. No pude acceder al documento completo, pero sus propuestas fueron difundidas por la prensa local, que señala que la medida busca cerrar espacios de tolerancia y responsabilizar a los establecimientos que incumplen la ley. Sin embargo, parece reproducir varias de las limitaciones habituales de las medidas prohibicionistas: coloca el énfasis en el castigo, asume que el control formal basta para modificar comportamientos y deja fuera la complejidad cotidiana en la que las adolescencias acceden al alcohol.

En primer lugar, estas políticas suelen enfrentar debilidades en cuanto a las capacidades públicas en la supervisión y en hacer cumplir las sanciones; las reglas existen, pero los mecanismos para aplicarlas resultan insuficientes. En segundo lugar, persiste la colusión entre autoridades y establecimientos, un fenómeno que pocas veces se investiga y aún menos se castiga. Y, en tercer lugar, falta un acuerdo colectivo honesto que involucre a escuelas, familias, comercios, autoridades y organizaciones comunitarias para generar acompañamiento y orientación a las juventudes sobre los riesgos que enfrentan.

La realidad que viven las y los jóvenes no cambiará solo con castigos; se requiere una conversación honesta sobre el acceso y el consumo. Espero que la iniciativa sí contemple esto.

Académica de la UNAM

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