La mini biografía, no autorizada, de Christopher Hitchens, de quien escribí la semana pasada, podría decir: “Hitchens era un ateo que buscaba mejorar la condición del ser humano por medio de la verdad y en contra de los dogmatismos impuestos sin posibilidad de réplica por las religiones”. Los alegatos en contra de la religión del ensayista eran argumentos en favor de la vida y en contra del oscurantismo. Ilustro, con un ejemplo reciente, la visión laica en favor de la vida en oposición a la visión religiosa en favor de la vida.

Savita Halappanavar era una dentista de 31 años que murió en octubre de 2012 como consecuencia de una infección generalizada y falla orgánica múltiple. Originaria de India, afincada en Irlanda, Savita acudió al servicio médico para evaluar una serie de molestias probablemente relacionadas con su embarazo. Se le informó que el feto no era viable y que sería necesario esperar a que el aborto se llevase a cabo en forma natural. Días después fue trasladada a la unidad de terapia intensiva. El esposo, también hindú, solicitó terminar el embarazo (el feto tenía 17 semanas) para preservar la vida de la madre, aduciendo, además, la inviabilidad del feto. La respuesta médica fue rotunda: aunque el feto no era viable su corazón aún latía, por lo que, de acuerdo con las leyes irlandesas, era imposible efectuar el aborto terapéutico. Dos semanas después Savita falleció.

La solicitud del esposo y las de grupos activistas para salvar a Savita fueron inútiles. A pesar de que Savita no era católica y de que en la moral hindú la vida de la madre vale más que la del feto, el procedimiento no se llevó a cabo por ser Irlanda una nación católica donde la prohibición del aborto es absoluta. La tragedia de Savita ilustra la visión teocrática hacia la salud, así como la imposición de la visión católica sobre una persona no católica que buscaba salvar su vida.

Tres lecciones emanan del “affaire Savita”. Primera: en el catolicismo ultra, la vida de un feto, a pesar de no ser viable, vale más que la vida de la progenitora. Segunda: durante su estancia en la unidad de terapia intensiva, los médicos, arropados por su fe y por sus dogmas, fueron cómplices de la muerte de Savita: en lugar de provocar el aborto y salvarla, atendieron las complicaciones. Tercera: a Savita y a su esposo el sistema de salud irlandés impuso reglas católicas para no católicos. La primera lección ilustra la visión de la vida de los ultras católicos. La segunda invita a la siguiente reflexión: ¿podrían ser juzgados los médicos que participaron en el caso, si no por asesinato, sí por negligencia? La tercera muestra una de las incontables tragedias humanas impuestas por las religiones, tema central en la vida de Hitchens.

Las reflexiones de Hitchens en temas de salud son múltiples. La intromisión de las religiones en la salud de las personas es norma; manipular a las personas sanas, y sobre todo a las enfermas, con diatribas divinas y advertencias diabólicas es tradición religiosa. Hitchens ofrece múltiples ejemplos. Comparto dos. En algunos países musulmanes, antes libres de polio, corrió, en 2005, la voz de que la vacuna de la polio era una conspiración estadounidense y de las Naciones Unidas contra la religión musulmana. Por tal razón, religiosos islámicos promulgaron un fatwa (dictamen) contra la vacuna, advirtiendo que su contenido provocaba la esterilización de los creyentes, y, a la larga, un genocidio. La vacuna dejó de aplicarse a los bebés. Al cabo de unos meses la polio resurgió en Nigeria y posteriormente en otros países árabes por la movilización hacia La Meca de peregrinos. El segundo ejemplo expone las torpezas de la religión católica en su ancestral lucha contra el condón (y la consecuente anuencia para que el virus de la inmunodeficiencia humana y los embarazos indeseables se reproduzcan). Hace algunos años, el cardenal Alfonso López de Trujillo, presidente del Consejo Pontificio para la Familia del Vaticano, comunicó que todos los condones se fabrican con muchos agujeros microscópicos a través de los cuales puede pasar el virus del sida.

Hitchens era un ateo profesional. Su ateísmo no dañaba. Sus reflexiones tampoco. Invitaban. “Los argumentos en favor del ateísmo, escribe Hitchens, pueden dividirse en dos categorías principales: los que ponen en duda la existencia de Dios y los que demuestran los efectos perniciosos de la religión. Quizás sea mejor ampliarlo un poco, diciendo que lo que se pone en duda es la existencia de un dios que interviene. A fin de cuentas, la religión es más que la fe en un ser supremo. Es el culto de ese ser supremo, y la creencia en que se han dado a conocer sus deseos, o es posible determinarlos”. El caso de Savita ilustra los alegatos de Hitchens contra la religión y los argumentos de la religión contra la vida.

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