Opinión

Hábitos, costumbres, educación y cultura

26/11/2016 |10:38Ana Patricia Spíndola |
Redacción Querétaro
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En las competencias deportivas internacionales, la presencia del mexicano es inconfundible. Sin importar si es futbol, clavados, voleibol o atletismo, no falta la máscara de algún luchador, las extravagantes pelucas tricolores y los rostros pintados. Además, el relajo y la fiesta mexicana son inigualables, y por un momento nos olvidamos de nuestros problemas y omitimos que nuestro presidente parece esforzarse por hacer el ridículo con cada día que pasa.

En general, creo que Latinoamérica se caracteriza por ese ambiente festivo y alegre que nos acompaña a donde quiera que vayamos, no sólo en los espectáculos deportivos. En alguna ocasión estuve en España y en una fiesta los mexicanos, una chica ecuatoriana y un joven brasileño no dejamos en ningún momento de bailar. Los españoles y unos alemanes que asistieron sólo nos veían; ellos no traen el ritmo en la sangre.

Pero qué pasa cuando esta cultura nuestra, la cual en ocasiones presumimos con orgullo, choca con la frialdad, formalidad y mesura de otros países como los europeos o Estados Unidos y Canadá, vecinos tan cercanos pero distintos en muchas otras cosas. En una fiesta de estudiantes de intercambio difícilmente habrá algo que analizar, pero cuando se trata de un evento deportivo internacional, el choque cultura deja mucho para reflexionar.

En los pasados Juegos Olímpicos de Río de Janeiro 2016, el francés Renaud Lavillenie criticó el ambiente en el estadio durante la prueba de salto con garrocha y señaló que esa actitud es algo que se ve en el futbol, no en el atletismo. El galo llegó a comparar los Juegos con los de la Alemania nazi y aunque después reconoció su exceso, no se salvó de ser abucheado al momento de recibir la medalla de plata.

Incluso el campeón olímpico, Thiago Braz, pidió a la gente con un gesto que no lo hiciera y que aplaudiera. En el tenis se vivió algo similar con Juan Martín del Potro y la afición argentina, que no supo comportarse durante los partidos de su deportista. Bien es sabido que en el tenis los asistentes están en silencio, regla implícita que no le importó a la porra albiceleste que rompían el silencio para alentar a ‘Delpo’.

El pasado lunes, en el partido entre los Raiders y los Texanos, el famoso gritó de “Puto” se hizo presente en cada patada de despeje de Houston, además que un láser verde estuvo constantemente molestando a Brock Osweiler, el mariscal de campo. Láser que, por cierto, también apareció anoche en el duelo de América contra Chivas al momento que Carlos Salcido cobró el penal que significó el empate para el Rebaño.

¿Realmente es válido ese comportamiento? Por muy que tengamos una cultura de fiesta, de alegría, de irreverencia incluso, ¿es demasiado pedir que en acontecimientos de esta índole nos conectemos más con el contexto que en ese momento se vive? No creo que la NFL deje de visitar México por lo ocurrido el lunes pero eso no quiere decir que no debamos reflexionar sobre nuestros actos.

Y la reflexión debe ser por nuestra cuenta, en lo individual y como grupo pero sin esperar que sean las autoridades y las federaciones las que impongan un cambio. Empíricamente está comprobado que para ello son por demás incompetentes y que por muchas campañas que hagan, por muchas amenazas que hagan, el impacto que tienen es prácticamente nulo.

“El cambio está en uno”, dicen por ahí y considero que es verdad. Es cosa de cada quien hacer lo que está en su poder para quitarnos la etiqueta de nacos que entre nosotros mismos nos ponemos. Es cosa ser consciente que, por muy mexicanos que nos sintamos con ese tipo de actitudes, nuestros hábitos y costumbres hablan mucho de nuestra educación en casa y como nación. Después de todo, ¿qué imagen queremos dar al mundo?

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