El PAN se perdió por la soberbia de Felipe Calderón al imponer a un amigo suyo en la presidencia del partido, en lugar de dejar al blanquiazul operar los cambios conforme a sus estatutos. Así, inauguró la sumisión: la política se hace en presidencia y los gobiernos estatales, no en el partido ni en las cámaras, las cuales solo sirven de resonancia. Consecuencia: pérdida de liderazgos, persecución de disidentes al interior del partido, entronización del pragmatismo político, por el que se prescindió de los principios y de quienes los encarnaban; corrimiento a un falso centro definido por grupos liberales —y de interés— desde el interior de Acción Nacional. Así inició su crisis, hasta hoy.
El PAN dejó en segundo plano el bien común, la dignidad de la persona, la solidaridad y subsidiaridad social e impulsar la justicia y el progreso. En su lugar, los controladores, hicieron de la política un negocio rentable: controlaron al partido a través de los padrones; escrituraron alcaldías para hacer negocios; hicieron alianzas entre mafias cleptócratas; priorizaron sus ambiciones personales sobre los objetivos del partido; impusieron incondicionales en candidaturas, sus intereses grupales definieron los objetivos del partido, reemplazando los de sus fundadores y representados, etc.
La incongruencia y traición a sus principios fue total: hicieron suya la agenda de género y sus causas, en lugar de expresar respeto a la dignidad de esas minorías, pero sin someterse a su dictadura de pensamiento. Su falta de carácter y templanza les ganó el mote de “derechita cobarde.”
El partido dejó de ser ciudadano para —como el PVEM, Morena, PT y MC—, convertirse en un negocio privado de camarilla.
Las alianzas con partidos adversos, con quienes negociaron sus principios, definieron su falta de rumbo. Su caída electoral fue contundente. En el espectro político la derecha quedó vacía. Convenencieros y acomodaticios, se repartieron migajas del PAN y dejaron de representar a una buena parte de la sociedad.
Las corruptelas del clan —a pesar del daño a su militancia y a sus seguidores—, como la permanencia de los muchos Yunes que aún militan en el partido, y su voto woke, no fueron corregidas ni merecieron un ¡usted disculpe!
La identidad del PAN, su ADN, siempre fueron sus principios —universales, inmutables, atemporales—, pero su rechazo dio lugar a la simulación, a que dentro de sus filas haya quienes están a favor del aborto, la destrucción de la mujer y la familia, el laicismo, etc., pretende atraer el voto “progresista”, a cambio de perder el voto de principios.
La falta de una propuesta político-cultural le impidió al partido promover sus principios, proponer estilos de vida acordes a ellos; defenderlos. Los gobiernos Sahagún-Fox y Calderón no hicieron culturalmente la diferencia. Por eso, como dijera C. Monsiváis, la derecha nunca ha ganado una sola batalla cultural.
Quienes se creen dueños del PAN confunden principios con intereses y estos prevalecen frente a la agenda woke.
El “relanzamiento” panista corre el riesgo de quedarse en espectáculo circense de un solo acto. El maquillaje no hace el cambio si permanecen los que aun controlan partido y padrones, si carecen de propuesta política.
La nueva propuesta se centra en romper su alianza con el PRI tras las derrotas electorales; invitar a la sociedad a participar (habrá que ver si no queda en simulación); y, lo más festejado: cambiar su logotipo y su lema por “Patria, Familia, Libertad”; pero sin expulsar a corruptos y cínicos; evocar a Gómez Morín, sin apegarse a sus enseñanzas.
No nace un nuevo PAN si no demuestran buenos líderes e ideas novedosas. Siguen pendientes respuestas fundamentales: ¿qué de nuevo le propone a la sociedad?; ¿cuál es su oferta política y su legado?; ¿apegarse a sus principios, será obligatorio o seguirá siendo opcional?
El riesgo de Acción Nacional, ahora que aventura un cambio por demás tardío —pero necesario—, es cambiar para seguir igual. Veremos.
Periodista y maestro
en seguridad nacional

