Por tercera ocasión consecutiva, el PAN no sólo no logra convencer a la sociedad, y sí hace crecer el desprecio hacia él, derivado de la simulación que se vive al interior del partido al haber renunciado, en la práctica, a sus principios y valores -con decisiones contrarias a ellos-; y, por las malas decisiones del grupo que dirige al partido.

Tras la ruptura de Felipe Calderón con Vicente Fox, el partido se perdió al no haber guardado una sana distancia con el poder y al habérsele sometido a los caprichos de Calderón, poniendo en pausa sus principios, para convertirlo en el “centro-derecha” pragmática que hoy es.

Desde entonces, en lugar de cambiar de fondo para enmendar sus errores y mejorar, formar pensadores, líderes políticos, oradores, tribunos, optaron por el maquillaje cosmético para seguir igual. Lejos de mejorar, floreció la corrupción y prácticas antes impensables -la adopción de la ideología de género- como parte del pensamiento y de la propuesta partidista.

El principal activo del Acción Nacional, sus principios y valores, que le han permitido construir la marca PAN, se han convertido en su mayor obstáculo. Hoy existen, pero son letra muerta. La disyuntiva que hoy viven los panistas es: o cambiar los principios, con lo que perderían gran parte de su voto duro; o aplicarlos y ser congruentes con ellos, lo cual implicaría expulsar a muchos distinguidos militantes.

El peso de las acusaciones de corrupción de AMLO al candidato Ricardo Anaya, a Marko Cortés, Jorge Romero y a otros militantes, no han sido afrontadas y resueltas dentro del partido. En lugar de pedir perdón, apostaron al silencio y al olvido ciudadano como política institucional. Sin embargo, las tres últimas elecciones muestran que la sociedad no olvida ni perdona fácilmente.

El testimonio de congruencia de muchos y muy buenos panistas, por los que se mantiene la fidelidad a la marca PAN, se está ahogando con las incongruencias de quienes ocupan cargos partidistas y públicos para hacer negocios personales.

El PAN requiere definirse como partido y afrontar las consecuencias de sus determinaciones, porque se ha venido adelgazando su voto duro -que suele votar por la marca PAN, no por los candidatos- al ver el perfil de sus aspirantes y el despropósito de sus declaraciones y acciones.

A pesar de que Marko Cortés no lo acepte, él es responsable del apoteótico fracaso electoral del PAN. Sus decisiones encaminaron al partido hacia este derrotero y, le guste o no, el resultado es claro: fracasó. Lo que se esperaría de él, por dignidad, es que renuncie.

La dificultad de cambios dentro del PAN es motivada, entre otras cosas, por el hecho de que la camarilla de Marko Cortés ya tiene garantizada la impunidad que le otorga el fuero que se regalaron al encabezar las listas de plurinominales y los cargos de elección popular en las plazas donde el partido es apreciado.

Y más se complicará si, como se dice en el partido, el heredero de Cortés es otro miembro del clan: Jorge Romero (el dueño de los padrones del partido, del PAN en la Ciudad de México, y de la alcaldía Benito Juárez).

Pronto veremos si Marko Cortés tiene la dignidad de renunciar a la presidencia del blanquiazul o, al igual que Alito y Zambrano, se aferra al senado mostrando su descaro. Sin duda, conservarlo en Acción Nacional, es algo que agradece López Obrador y el morenismo; no los panistas y menos la sociedad.

La opción es clara: cambio o desaparición.

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