La disputa Claudia Sheinbaum-Ernesto Zedillo, en el fondo, nos hace evocar a los personajes de la novela política de Martín Luis Guzmán, La sombra del caudillo, que retrata, en su versión original, la ambición del caudillo —Álvaro Obregón— y demás líderes revolucionarios, y sus afanes por ampliar su poder político y económico ostentándose como defensores de la Revolución, pero en realidad fueron astutos, cínicos, corruptos e impunes. Hoy aplica a AMLO, Sheinbaum y a los dirigentes de la 4t.
El papel de Sheinbaum hace sentir el peso que le implica la sombra del caudillo. Es sombra porque su presencia —a veces no física— domina y descompone el ambiente político. A AMLO le dicen “el aire”, porque se siente, pero no se ve. AMLO, el caudillo —figura poderosa y autoritaria que controla el destino político del país—, se caracteriza por el control férreo que ejerce sobre toda la vida política y social. Su voluntad es ley, y nadie se atreve a desafiarlo porque su poder es absoluto; utiliza la manipulación, la intriga y la violencia para mantener su poder. Controla elecciones, designa candidatos y funcionarios y elimina a sus oponentes; es autoritario, abusivo y falto de respeto a las instituciones. La ley y la justicia están subordinadas a sus intereses: él se cree el Estado y la ley.
Podríamos decir que el personaje ficticio de la novela se hace realidad con AMLO, el caudillo: centraliza el poder en su persona y toma decisiones unilaterales; su fuerza radica en el impacto de su popularidad y carisma en sus adeptos; la construcción de su poder absoluto se funda en la crítica y destrucción o colonización de las instituciones y organismos autónomos que le estorban (Inai, INE, SCJN, etc.). Acabó con los contrapesos democráticos incómodos. Su lenguaje polarizador divide a la sociedad entre “buenos” y “malos”; pueblo y no pueblo.
Lo peor es la forma en que el caudillo ejerce su poder hacia su ejército de dependientes y subordinados: permea, de manera absoluta y determinante, todos los aspectos de sus vidas y carreras; y se expresa en la lealtad incondicional, obediencia ciega y sin cuestionamientos.
Todos saben que sus carreras políticas, su bienestar e impunidad —no importan las corruptelas o víctimas del pasado— dependen del caudillo. Solo él da cargos y los quita a su gusto y conveniencia; cualquier carrera política o aspiración de poder dependen de su aprobación. También saben que el flagelo de su desprecio es capaz de acabar con famas, bienes y carreras por lo que su tarea es tenerlo contento, obedeciéndolo y siendo su cómplice, no importándoles que implique involucrarse en intrigas, actos de corrupción.
Algunos son prescindibles, por lo que pueden ser activadas o desechadas a conveniencia. Los ascensos se logran imitando el poder y carisma del caudillo. AMLO, desde su poder omnímodo, moldea y controla a sus subordinados. Su sombra impide cualquier intento de autonomía, justicia o integridad dentro de la 4t.
Sheinbaum y Zedillo pelean no solo por un modelo de gobierno, sino por el estado que guarda el país. Frente a los señalamientos de destrucción de la democracia y la exigencia de una auditoría a ambos gobiernos, por Zedillo; Sheinbaum responde, como AMLO, sin argumentos, descalificando, evitando poner a la vista de la sociedad los resultados de la administración de su predecesor —a quien protege—, quizás por complicidad, o por miedo a la revocación del mandato.
En una verdadera democracia no habría problema que se auditaran los gobiernos del mejor presidente de México y el del Fobaproa. ¿Acaso AMLO no se llenaba la boca hablando de transparencia, aunque fuera uno de los gobiernos más opacos de la historia nacional? ¿A qué le teme el morenismo? ¿O será que por eso desaparecieron al Inai?
El caudillo, como las sombras, tienen sus exigencias: el caudillo dirige, controla, protege y brinda impunidad; las sombras obedecen, callan y encubren delitos. De ello depende su mutuo futuro.
Periodista y maestro en seguridad nacional