En México sí es posible el triunfo de la lucha a favor de la vida y la familia sin dividir al país; a fuerza de la razón y de un trabajo profundo de cercanía y acompañamiento con quienes se encuentran en esa y en las demás circunstancia que le siguen; mediante la generación de leyes e instituciones que apoyen a las mujeres y hombres que se encuentran inmersos en esa problemática.

Convocada por el Episcopado Mexicano, y apoyada por grupos cristianos de diversas denominaciones, el pasado domingo 3 de octubre se llevaron a cabo más de 80 marchas, en igual número de ciudades del país, con una presencia de más de un millón de personas.
De estas marchas se pueden sacar algunas conclusiones:

La primera, y más importante, fue la enorme presencia de jóvenes —mujeres y hombres— alegrando con cantos, bailes, rezos e interminables porras todo el trayecto. No pintaron, destruyeron, ni golpearon a nadie.

Es posible el diálogo interreligioso: la presencia de cristianos y católicos en una misma marcha, no fue sólo un acto político, sino de diálogo y encuentro en la caridad. En la Ciudad de México varios pastores cristianos acompañaron a sus fieles. Por la parte católica tres obispos, muchos sacerdotes y religiosas estuvieron presentes. Fue notoria la ausencia del cardenal Aguiar y la poca difusión que se dio en las parroquias de la capital del país a la marcha. En casi la totalidad de las marchas los obispos se impregnaron del olor a rebaño.

A pesar de haber sido la marcha más numerosa de este tipo (cerca de 200 mil personas), fue notorio el vacío noticioso que hicieron muchos medios informativos tradicionales de la capital del país. No así en provincia, donde las marchas locales tuvieron primeras planas y cobertura en radio y tv.

Aunque la convocatoria se hizo con apenas 15 días, se deben reconocer notorias fallas, errores y omisiones en el manejo comunicativo del evento principal, particularmente en la carencia de un posicionamiento político firme y claro. No hubo presencia de obispos en medios de comunicación o en entrevistas.

También se dejó ver lo distante que están los magistrados de la Suprema Corte de Justicia de la Nación del sentir y vivir de la población mexicana; y la gran diferencia de sus valores (quizás influenciado por su altísimo nivel socioeconómico) con los de la mayoría de los mexicanos. A pesar de que son ellos, en su nuevo papel de legisladores, los promotores de esta situación, la sociedad ha dejado en claro que el tema —con penalización o sin ella— no está resuelto; que faltan soluciones creativas, no respuestas impulsivas a las presiones de grupos violentos, o dejarse llevar por el deseo de quedar bien con el Presidente.

La presencia de personalidades, en calidad de uno más, fue muy positiva.

El despertar de las iglesias fue el gran acontecimiento. Una vez que demostraron capacidad, liderazgo religioso, social y político, la gran pregunta es ¿qué sigue?, ¿Impulsarán y acompañarán la creación de instituciones e iniciativas legales a favor de las personas que se encuentran inmersas en estas circunstancias?, ¿Hay agenda?

La lucha en favor de la vida y la familia es, por naturaleza, una lucha pacífica y de testimonios. La respuesta generosa de los jóvenes y de la sociedad está dada ¿qué sigue?, pregunta el rebaño a sus pastores. Mientras tanto, ante la vida o la muerte de los más débiles, el presidente de la SCJN y López Obrador, como Pilatos, se lavan las manos para atenuar su responsabilidad.

Periodista y maestro 
en seguridad nacional  

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