Más allá de explicar los cambios de régimen en Latinoamérica a partir de la bipolaridad socialistas frente a neoliberales; economías centralizadas vs libre mercado; autoritarismo vs democracia; desarrollo vs pobreza; ambas formas de gobierno han resultado -en diverso grado- corruptas e ineficaces en crear condiciones de progreso, en la búsqueda del bien común y en el respeto a la dignidad humana.
En general, los partidos políticos -de todas las tendencias-, han abandonado los principios y valores que les daban sustento, empobrecido su visión antropológica y pervertido el sentido del poder: de competir por la mejor manera de servir de la nación, se han adjudicado su posesión, sometiendo la voluntad popular a sus dictados.
A la búsqueda de buenos gobiernos ha seguido el desencanto y la frustración. En algunos países democráticos todas las tendencias han gobernado y han salido del poder por sus malos resultados. El extremo: algunos han vuelto al poder para repetir sus mismos errores: ineficacia, corrupción, pobreza, problemas económicos, pésimo manejo de las crisis y muy bajo crecimiento; reducción de libertades y derechos, y malos servicios públicos. No les alcanzó la ideología. Es el caso de Argentina, Bolivia, Honduras, Ecuador, Perú y Chile y otros.
Los cambios seguirán después del triunfo de la oposición en Chile. Venezuela, Colombia, México, Brasil y Cuba parecen ser los siguientes en la agenda; resultado de la negociación de nuevas hegemonías, entre Estados Unidos, Rusia y China.
En el continente americano, Estados Unidos retoma la Doctrina Monroe -Donroe, la han bautizado algunos analistas-, del patio trasero, dentro de la cual no caben ni los marxismos ni la promoción del bienestar, sino la imposición de la versión republicana del modelo neoliberal: todo para el imperio. Los demócratas tienen la suya: el wokismo.
En pocos años el Foro de Sao Paulo, promotor del Socialismo del Siglo XXI, logró gobernar 14 países, incorporando nuevos actores a las tareas políticas: militares, cárteles de la droga, grupos empresariales leales a su proyecto e influencers. Su gestión, en casi todos los países, tuvo la misma agenda: adecuar la constitución a sus necesidades, fin de los equilibrios y la división de poderes, destrucción de instituciones democráticas, concentración del poder en una persona, uso de la mentira como herramienta de gobierno (postverdad), polarización política y social, persecución de opositores, impunidad a cárteles y, la más exitosa: la corrupción de sus dirigentes. No hay un solo gobernante de esta corriente que no haya sido señalado de corrupto e incongruente -de lo mismo que son señalados en México los dirigentes de la “derechita cobarde”-.
Hoy Latinoamérica sigue en búsqueda de gobernantes cuya prioridad sean las personas y avanzar en el bien común, utilizando la política y la economía como medio, no como fin. En esa búsqueda deposita su confianza en outsideres liberales, populistas, tecnócratas y hasta autócratas porque requiere de una dinámica de progreso con bienestar; desterrar la corrupción y la narcopolítica; reconstruir los empobrecidos e ideologizados sistemas educativos; recuperar la movilidad social; reconstruir y perfeccionar la democracia; motivar la inversión productiva y la generación de empleos bien remunerados; encarcelar a los políticos corruptos (Morena, vergonzosamente, ocupa el primer lugar en la historia de la humanidad); acabar con la polarización social y política y, especialmente, recuperar a los que han tenido que migrar por pobreza e inseguridad, entre otros. Estos nuevos políticos serán evaluados por su moralidad, congruencia, resultados y aportaciones al bien común.
La opción no son izquierda o derecha. La alternativa son gobernantes capaces de generar movilidad social, romper los esquemas clientelares de control y dependencia. ¿Qué pasaría si el 50% de los pobres -que en muchos países son mayoría-, pasaran a la clase media? Es su desafío.
Periodista y maestro en seguridad nacional

