Sabiendo que la Iglesia es un factor de poder capaz de influir en la elección de 2024, Andrés Manuel —que en todo busca beneficio político— se autoinvitó a la CXV Asamblea de la Conferencia del Episcopado Mexicano (CEM) para tratar de cambiar la postura crítica de los obispos hacia su gobierno y con ello favorecer la elección de Claudia Sheinbaum, en 2024.

Tras el asesinato de dos jesuitas y la decepción de ciertos sectores de la Iglesia que lo venían apoyando desde su primera campaña presidencial, AMLO emprendió una campaña de violencia verbal contra la Iglesia Católica por no dejarse avasallar; por el abierto rechazo al autoritarismo presidencial; la manipulación de los pobres y la compra de votos; la destrucción de las instituciones democráticas; la flagrante violación de los derechos humanos de los migrantes; la destrucción de los sectores salud y educación; y, por la violencia e inseguridad, que daña al tejido social.

Dos días después de la presentación de Xóchitl Gávez y Claudia Sheinbaum (15 noviembre) expresó su interés de participar en la Asamblea de los obispos. Sin agenda, habló durante 48 minutos de lo bien que está el país en sus sueños.

En un comunicado de prensa la CEM informó que el presidente de la CEM le presentó los temas que se abordaban en la Asamblea: la descomposición del tejido social, el proceso para la construcción de paz en México y la preocupación de la Iglesia por el problema humanitario de los migrantes.

Por cortesía se le recibió y lejos de hacer un ejercicio circular de escucha y diálogo, optó por hacerles su show de la mañanera en vivo. Habló de inversión extranjera, empleo, remesas, estabilidad económica, drogadicción, “con datos muy optimistas”. No recibió loas, aplausos o felicitaciones.

Queda claro que la autonomía de la Iglesia constituye para AMLO una clara amenaza; que ve en el clero un factor de riesgo para su proyecto, por lo que buscará subordinarlos —como lo hizo con los pastores evangélicos— o neutralizarlos, como pretendió hacerlo con los obispos y sacerdotes que en 2021 llamaron a los católicos a no votar por quienes promueven el aborto, la ideología de género y atacan a la familia. A ellos los persiguió política y judicialmente por atacar a la 4t; pero nada hizo con los ministros de otros cultos que abiertamente apoyaron a Morena.

La historia de desencuentros con la Iglesia es larga: se negaron a difundir en misa la Cartilla Moral; no cayeron en la provocación de las morenistas que varios domingos hicieron escándalos en misa, en catedral, ni cuando un diputado trans se vistió y burlo de los obispos; la fallida estrategia de seguridad que en los subregistros oficiales reporta casi 175 mil personas, la desaparición de casi 45 mil mexicanos y el control del narco de amplias regiones del país; justicia para los 27 sacerdotes asesinados y desaparecidos durante este gobierno; por los arteros ataques al INE y al TEPJF.

Que el Presidente use el traje de cordero no engaña a los obispos, quienes trabajan —sin buscar protagonismo— en favor de la verdad, la paz y el bien común de los mexicanos.

Acostumbrado a desacreditar desde las mañaneras, el presidente cree que puede manipular a la Iglesia, a la que no ha doblegado, pese a que la ha atacado sistemáticamente. Cuando AMLO realmente quiera el bien y el progreso de México encontrará en la Iglesia a un aliado. Mientras, ésta no tiene por qué dejar de señalar sus errores e invitarlo a cambiar.

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