Mañana será el primero de tres dizque debates en el que los candidatos a la presidencia de la República darán a conocer las propuestas que, de llegar al cargo, llevarán a cabo para gobernar al país.

Los dizque debates están diseñados para no confrontar a los candidatos, para cuidar que no afloren sus defectos. Para eso se diseñó este esquema de “debate” con periodistas que no cuestionan, sino leen preguntas. A pesar de sus limitaciones, en los debates se requiere especialmente el involucramiento de los indecisos, porque serán ellos quienes terminarán definiendo quién triunfa. Los que tienen su voto definido difícilmente dejarán de votar.

La experiencia nacional nos demuestra que los debates no son el espacio para presentar planes y programas de gobierno porque una cosa es lo que se dice en campaña y otra la que se termina haciendo. El caso más ilustrativo es el de Andrés Manuel López Obrador que terminó siendo peor que aquellos presidentes que cuestionó; incongruente a tal grado que en la historia de este país no hay otro presidente que más decepcionados haya logrado (superó, y con mucho, a Fox).

AMLO, a lo largo de su campaña, ofreció cosas que nunca cumplió: devolver el ejército a los cuarteles; acabar con la inseguridad e impunidad; lograr un crecimiento económico anual mínimo del 4%; erradicar la corrupción; resolver la desaparición de los 43 alumnos de Ayotzinapa; fortalecer la democracia; respetar las guarderías…

Como se ha venido haciendo en diversos programas televisivos, los responsables temáticos de las campañas podrían ser quienes debatan los detalles de sus propuestas técnicas por sector y los resultados que pretenden obtener, para dar a los candidatos espacio para verdaderos debates en los que se pruebe su liderazgo, el temple, necesario para resolver situaciones críticas para el país, sus habilidades comunicativas, sus principios y convicciones personales que rigen su vida, su capacidad para llevar la política a otro piso devolviéndole la moralidad, el diálogo y el acuerdo, así como convencer a los electores de que son la persona adecuada para dirigir a un país tan fascinante como México, y dónde pretenden dejarlo al terminar su gobierno.

No conozco empresa que contrate personal ejecutivos especializado por apariencias. Su objetivo contratar personal que tenga los conocimientos, capacidades, experiencias y liderazgo necesarios para alcanzar los resultados esperados.

Es un error deleznable que en este proceso electoral a los entrevistadores de los debates se les pretenda dar el papel de simples lectores o entrevistadores a modo de un candidato o partido, cuando su papel debe ser el de sinodales que cuestionen sus decisiones, acciones, omisiones y resultados.

Si alguien no tiene capacidad para responder por sus actos o no quiere ser exhibido en sus miserias que se quede en su casa y que se dedique a otra cosa, no a dirigir a los mexicanos. La elección de un presidente no puede ser una simulación, un espectáculo de pan y circo que esconda a la sociedad la parte obscura de los candidatos: sus intereses, compromisos o nexos con sectores ilegales, por ejemplo.

Urgen candidatos capaces de resolver -no administrar- temas como la inseguridad, polarización, violencia, narco elecciones, corrupción e impunidad; el grave problema de los sistemas educativo y de salud; las energías limpias; la pobreza y los obstáculos que nos impiden o crecer y desarrollarnos.

Periodista y maestro en seguridad nacional

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