No existen dictaduras buenas o mejores. Todas, sin excepción, son malas: dictadura es dictadura, y siempre implicará —como sistema de gobierno— el uso de la fuerza y la violencia del Estado, ya sea que gobierne un individuo o una camarilla.

La huella indeleble que las dictaduras dejan a su paso —de la ideología que sean— es una larga estela de graves faltas a los derechos humanos: muertes, desapariciones, víctimas de violencia, desplazados, eliminación de libertades y derechos, confiscación de propiedades, encarcelamientos, torturas, destierro o la pérdida de la ciudadanía (que aplica Daniel Ortega a sus adversarios), etc.

Con gran pesar, nuestro continente lamenta la página obscura que representaron las cuatro dictaduras militares más feroces de Sudamérica y que dejaron un saldo de 70,618 personas muertas y desaparecidas: Brasil, 421 (1964-1985; BBC y El País); Chile, 40 mil (1973-1990; La Vanguardia); Argentina 30 mil (1976-1983; BBC); Uruguay, 197 (1973-1985; DW). La cifra exacta de desplazados es imprecisa.

El reencuentro de la nueva generación de la vieja izquierda latinoamericana, en Chile, para conmemorar los 50 años del derrocamiento y suicidio de Salvador Allende y los 40 mil muertos y desaparecidos en la dictadura de Augusto Pinochet, ha sido ocasión para condenar a algunas dictaduras.

Con ese motivo acordaron reactivar el viejo proyecto de la izquierda por convertir a Latinoamérica en socialista; de independizar al continente del imperio de los Estados Unidos, su enemigo histórico.

Lo lamentable de este acontecimiento fue la omisión de los propios líderes latinoamericanos a condenar a las dictaduras de izquierda y sus saldos de muertos, desparecidos, desplazados y víctimas de la violencia de la delincuencia organizada, los nuevos sicarios (o dueños) del Estado.

Esta voluntaria omisión pone de relieve la actitud maniquea de la izquierda latinoamericana que considera dictaduras buenas a las de Cuba, Venezuela o Nicaragua, como si fuera bueno y necesario que la población pierda sus bienes, libertades, derechos a cambio de sacudirse del yugo de sus explotadores capitalistas.

Por parte de México, vimos a López Obrador y a su pareja, promotores de la dictadura en México, vestidos con gabardina negra y portando un clavel rojo, en señal de duelo. Pero nunca lo hemos visto demostrar su pesar por los 205 mil muertos y desaparecidos durante su gobierno, o los 380 mil desplazados por la violencia, desde 2016 (cifras oficiales y El País).

Tampoco hubo claveles rojos para los muertos, desaparecidos víctimas de la violencia y desplazados en Cuba 7,062 muertos y desaparecidos y casi 2 millones de desplazados (1959-2015; DW y Expansión); Venezuela, 333 mil muertos y desaparecidos y más de 7.7 millones de desplazados durante los gobiernos de Chávez y Maduro (1999-2019; ABC y ACNUR); Nicaragua, 651 muertos, 853 desaparecidas, 516 secuestradas y 100 mil personas desplazadas por la violencia (INFOBAE y ACNUR).

Al impulsar el socialismo en el continente, las dictaduras se convierten en una nueva amenaza para las libertades de los países donde ellos gobiernen.

Latinoamérica no requiere redentores de un signo ideológico o de otro. Requiere condiciones propicias para el desarrollo, con libertad y democracia. No se requieren ni Castros, Chávez, Maduros, Somozas, Ortegas, Pinochets, Videlas, Kirchners, Batistas, Evos o López Obradores. Dictadura es dictadura.

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