Gustavo Mendoza Ávila

De victimario a víctima

En un pestañear, el Presidente ha mutado su papel despiadado de victimario al de víctima indefensa luego de que le han hecho ver que el clima de violencia que a lo largo de varias semanas ha ejercido contra de Xóchitl Gálvez —la mujer que amenaza con ganarle la elección presidencial de 2024—, puede conducir a un magnicidio (como sucedió con Colosio) por parte de personas sin escrúpulos que quieran congraciarse con él.

Superando, y con mucho, sus clásicas andanadas de violencia en contra víctimas de turno, Andrés Manuel ha sido particularmente visceral e iracundo contra de Xóchitl, desde que se destapó como aspirante a gobernar la Ciudad de México (bastión de la izquierda corrupta desde 1997).

De manera vil (persona que actúa con gran maldad, de un modo bajo y despreciable y sin escrúpulo alguno: RAE), la andanada comenzó calumniándola con dichos que ella nunca profirió; impidiéndole ejercer su derecho de réplica, a pesar de que él se comprometió a permitírselo si esto le era requerido por un juez, cosa que cumplió Xóchitl; negando su pasado indígena; burlándose de que haya vendido gelatinas y tamales en la calle; poniendo en duda que haya pasado de la miseria a una posición acomodada como fruto de su trabajo y de su esfuerzo; y, más recientemente, acusándola de supuestos ilícitos.

AMLO ha convertido a Xóchitl de su enemiga personal a enemiga del Estado, y no ha dudado en ocupar todos los recursos de éste para atacarla, comenzando con el uso personal e indebido de los órganos de inteligencia y espionaje, e incluso del SAT, para investigarla.

Andrés Manuel no ha tenido empacho en delinquir violando el secreto fiduciario al dar a conocer información protegida sobre las empresas de Xóchitl Gálvez, o de filtrar información a través de medios afines o de personajes como Álvaro Delgado (Lord Molécula II).

Y cuando AMLO, en su calidad de jefe de campaña y dirigente partidista, vio amenazada la elección presidencial por el ascenso meteórico de Xóchitl, y el nulo impacto de su corcholata consentida, no dudó en escalar su agresión, tratando de sacarla de la competencia electoral a través de supuestos ilícitos para inhabilitarla y, de esta manera (como lo hizo Maduro con María Corina Machado, la única capaz de expulsarlo del Palacio de Miraflores), impedir que participe en la elección de 2024.

Sobre este clima de encono presidencial hablaron varios columnistas y articulistas, alertando sobre la posibilidad de que en un país donde hay más de 162 mil muertos a manos del crimen organizado; en el que prevalece la impunidad para los maleantes; y en un ambiente de linchamiento político de género, no faltaría quien se quisiera congraciar con él mediante un magnicidio, con graves consecuencias para la democracia y la estabilidad política del país.

En respuesta, el tabasqueño ha recurrido a su tradicional recurso demagógico de rasgarse las vestiduras y acusar —sin exponer pruebas, como suele hacerlo— la existencia de un complot para desestabilizar al gobierno y cometer un fraude, con la que justificaría su negativa a entregar el poder, en caso de que pierda su candidata(o).

Incapaz de frenarse ni de reconocer sus errores, AMLO ha terminado por impulsar las simpatías a Xóchitl Gálvez, entre los opositores, indiferentes y decepcionados de Morena. Parece que quien se siente Superman por fin encontró su kriptonita y, ante ella, ya no le sirve actuar como victimario ni disfrazarse de víctima. ¡Y luego habla de hipocresía!

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