28/05/2022 |12:59Gustavo Mendoza Ávila |
Redacción Querétaro
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Molesto e intolerante, Andrés Manuel cada día pierde más el control de sus emociones y del lenguaje ante la crítica por los malos resultados de su administración. Nadie esperaba un gobierno así. Suponemos que ni él, porque sería perverso que así fuera.

El Presidente tiene muy delgada la piel: se le agrieta y le da escozor escuchar sus errores. Responde con dicterios (insultando y denigrando) a quienes se los señalan.

Su trayectoria de mandar al carajo a sus críticos es larga: a quienes le pedían que acudiera a Tláhuac, con las familias de los 26 fallecidos y más de 100 heridos por el desplome de una trabe de la Línea 12 del metro; a quienes cuestionaron el compromiso personal que hizo AMLO con su amigo el dictador de Cuba, Miguel Díaz-Canel, para financiar a su gobierno con el pretexto de contratar a 500 “médicos cubanos” (espías y agitadores); y  a trabajadores de la sección 35 del sindicato de Pemex que le exigían plazas y servicios médicos en la refinería de Tula, Hidalgo; y donde aclaró que enviar a alguien al carajo no es insulto, en términos de marinería.

Al Presidente le molesta la crítica, pero no le molesta la realidad en que su gobierno nos ha sumido. A pesar de sus cuatro años de gobierno continúa acusando al pasado de sus propios errores, omisiones e incapacidades, como la supuesta falta de médicos especialistas, con la que justifica el pago de servicios de inteligencia y adoctrinamiento revolucionario en Guerrero, al gobierno de Cuba.

López Obrador no reconoce que es su gobierno el que dejó sin atención médica a más de 15 millones de pobres al acabar con el Seguro Popular, y la ocurrencia llamada Insabi, que nunca funcionó; el desabasto de medicamentos creado por su administración; el primer lugar mundial en personal sanitario muerto durante la pandemia por falta de equipamiento, medicinas y tratamientos; el desabasto de vacunas del cuadro básico para los recién nacidos; la insuficiente vacunación contra la pandemia; el extravío de 12 millones de vacunas Covid 19; la muerte de niños con cáncer por falta de medicamentos y tratamientos; la muerte de pacientes con enfermedades crónicas…

A AMLO no se le debe olvidar que es el Presidente y que el uso de este lenguaje denigra a la figura presidencial, por más que trate de justificarse diciendo que en términos marítimos, se trata de enviar a una zona de castigo a quienes cometieron errores o hacen mal su trabajo, cuando no se refirió a ningún marinero. A muchos les sonó más propio al sentido más peyorativo que la Real Academia Española le da al término carajo: “miembro viril”. Convendría que el presidente informe cuál es la fuente de sus “otros datos”, porque en ninguno de los diccionarios normales y náuticos consultados aparece su versión.

Sí, el Presidente tiene derecho a enojarse. Lo que no tiene derecho es a insultar. Lamentablemente entre sus colaboradores no hay quien tenga autoridad para hacerle ver sus errores y le evite dañar la figura presidencial. Como se ha sugerido, al hombre mejor informado del país sus colaboradores le están administrando la información para no hacerlo enojar, en lugar de aconsejarlo bien para resolver los problemas que le competen.

El primer principio de trato entre personas es el respeto. El segundo es tratar como deseas que te traten. Quizás por eso, también, hay muchos mexicanos que quieren mandarlo al carajo.

Periodista y maestro 
en seguridad nacional

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