En las elecciones presidenciales de 2024 el ganador fue el abstencionismo ya que prácticamente cuarenta millones de personas no votaron. De los 60 millones que si votaron, si bien hubo millones de personas que si votaron por quien querían (voto convencido), percibo también que hubo varios millones de votantes que no votaron a favor de candidato alguno sino en contra de algún partido (voto de castigo) y también percibo que hubo millones que votaron por la opción que les pareció la menos mala (voto resignado) y otros que votaron para no perder los programas sociales (voto extorsionado).

En otras palabras, percibo que la mayoría de los electores o no votaron o no votaron libremente en toda la extensión de la palabra. Las razones de ello son varias y complejas, pero me parece, convergen en que los electores no se sintieron representados por los partidos políticos existentes y sus candidatos, ya sea por las experiencias y resultados ofrecidos anteriormente por gobernantes salidos de sus filas o porque sus propuestas de campaña no les parecieron atractivas y a otros no les transmitieron la seguridad de que no perderían sus programas sociales ganara quien ganara.

Lo anterior es sumamente preocupante, ya que pone en riesgo la democracia no solo desde la perspectiva electoral sino también a la democracia como forma de vida. En este sentido es fundamental que concienticemos que el debilitamiento de la democracia facilita su transformación primero en un gobierno autoritario y después en una dictadura. Lamentablemente dichas transformaciones, que conllevan una gran inercia y se nutren a sí mismas, irremediablemente se acompañan de una gran pérdida de derechos y libertades que es extremadamente difícil revertir.

La experiencia, mundial y de siglos, nos confirma que la mejor forma de elegir a nuestros gobernantes es mediante el voto libre, secreto en elecciones equitativas, periódicas y ciertas (democracia electoral), y también nos señala que la democracia funciona mucho mejor con la presencia de partidos políticos que de alguna manera conjuntan ideológicamente, avalan y controlan —eso debieran hacer— a los gobernantes emanados de sus filas.

Es por lo arriba expuesto que considero que todos tenemos el deber para con nosotros mismos, nuestras familias y las generaciones por venir, de fortalecer la vida democrática del país, ya que con ello estaremos protegiendo los derechos fundamentales y las libertades humanas de todos los mexicanos.

No olvidemos que una democracia fuerte y sana requiere la presencia de partidos políticos fuertes y sanos. De ahí la importancia de fortalecer y sanear a los partidos políticos existentes, como también la de crear los partidos políticos, fuertes y sanos, que sean necesarios para que todos los mexicanos nos sintamos correctamente representados.

Exsenador. @gtamborrelmx

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