El paso del tiempo en una planta de uva es un factor de suyo interesante, no hay una edad mínima oficialmente ni una regulación específica para catalogarla como una planta vieja, dicho esto con el mayor respeto y cariño al término vieja. Sin embargo, para llegar a considerar que una viña es tal, se toma como referencia a la que supera los treinta y cinco años de edad y que cambia sus características propias adquiriendo una madurez suficiente, lo que equivale al desarrollo radicular completo, es decir, el crecimiento, desarrollo y madurez de sus raíces, lo que le permitirá tener la calidad que trasmitirá a su fruto y con ello al vino derivado de este último. Desde la germinación, la fibrosidad, la profundización y ramificación, así como las raíces jóvenes y delgadas que le garantizan mayor absorción de los nutrientes y minerales según el tipo de suelo.
Estas plantas reconocidas como viejas, ya no mantienen un gran rendimiento de producción, pero son preferidas por quienes producen vino en menor escala, para lograr vinos con mucho mejores características para su degustación. Se ha debatido mucho sobre el tema del valor de una viña vieja y una de las conclusiones tiene mucho que ver con el cuidado y equilibrio en el desarrollo de la planta al paso del tiempo. Las viejas cepas son testimonios de resistencia y resiliencia, de superación de adversidades, aunque los buenos vinos por supuesto que también se dan en los viñedos jóvenes, el paisaje, el conocimiento guardado en la planta que puede trascender algunas generaciones de vitivinicultores, mantiene vivo el el toque y la experiencia de antaño.
Aquí les comparto una imagen que tomé alguna ocasión en un viñedo que mostraba ya un paisaje de viñas un poco mayores por las características de sus troncos y brazos que acusaban el paso del tiempo, pero con buenos frutos y ello me invitó a pensar en una alegoría de la planta de la vid con el ser humano. Cuando ya se es mayor, tal vez disminuye el rendimiento, pero hay una gran experiencia de vida que propicia resultados de mayor calidad y valor, como los buenos vinos. Así debemos reconocer la experiencia y la calidad de muchos de los viejos, mujeres y hombres, que crecieron en buen suelo y que han sabido echar raíces hasta la actualidad. El mundo tiene muchos de esos suelos, como lo es este Querétaro nuevo que deseamos conservar.