Muchas personas solemos guardar cosas, objetos, fotografías, papeles y un gran etcétera, con el propósito de que nos vinculen a recuerdos y testimonios de eventos ocurridos en nuestro pasado, a los que les otorgamos un significado especial.
Suele ser agradable encontrarse alguno de ellos y de inmediato realizar un viaje a ese momento que nos propició alguna emoción y entonces echamos a andar la memoria para revivirlos y, como si pasáramos un breve video, vemos la ‘película’ de esa vivencia.
En otras tantas ocasiones, solemos guardar y conservar con la ilusa idea de que las cosas serán útiles en otro momento.
Conforme pasan los años, muchas de esos objetos duermen el sueño de los justos en alguna caja o en algún rincón y, al igual que las personas, comienzan a acusar la edad y el paso del tiempo, hasta que por cualquier circunstancia se topan de nuevo con nosotros.
Supongo que depende mucho de cada persona, hay quienes no conservan prácticamente nada que no les sea útil en el presente y pareciera que eso suena como lo más adecuado y sensato para ir viviendo el día a día en un contexto minimalista que se limita a lo esencial en lo que a sus posesiones y expresiones se refiere.
Otros suelen conservar apenas una caja de recuerdos, como suele verse de manera recurrente en películas cuando los personajes conservan o se encuentran de nuevo con un paquete de pequeñas cosas que les recuerdan su niñez y su juventud, dándole un importante valor a cada uno de los elementos que conforman el contenido de dicha caja. Me gusta más esta posibilidad para quienes piensan menos en el pasado, pero eventualmente disfrutan rescatar y materializar sus recuerdos.
En el otro extremo de la línea, hay quienes sucumben al encanto y fascinación de la nostalgia, en la que recordar el pasado tiene una importancia similar a vivir el presente, de tal suerte que, en el mejor de los casos, mantienen espacios en sus hogares donde los recuerdos materializados están presentes y modifican esa relación de espacio y tiempo de quienes habitan el lugar. Son pretexto ideal para las preguntas de los hijos y nietos y de quien visita la casa. Algunos llegan a ser como un museo en miniatura.
Pero hay también un juicio del tiempo que cambia el sentido de los objetos para las personas, y cuando lo vemos con mayor objetividad, nos damos cuenta que dejaron de ser testimonios o cosas con un futuro útil, para convertirse simple y llanamente en tiliches, y es cuando llega el momento de deshacernos de ellos o de buscarles un nuevo destino en otras manos en las que puedan recuperar cierta capacidad de servir para algo.
La edad y las circunstancias nos deben obligar a ver con nuestros afectos cercanos y revisar juntos si algo de aquello que está simplemente guardado es o no de posible utilidad para ellos. De ser así, es bueno heredar en vida. De no ser así, estamos obligados a conjugar de inmediato el verbo “Desentilichar” y desprenderse de aquellas cosas que ya no tienen un valor real para nosotros o nuestra familia y cortar de tajo antes que se conviertan en un problema para los demás.
Además, hoy día tenemos adicionalmente la tarea de eliminar los tiliches con un criterio de reciclaje, de tal suerte que puedan transformarse en algo nuevo, diferente y útil para alguien más, sin dañar más este sensible planeta que incluye el Querétaro nuevo que deseamos conservar.
@GerardoProal