Hay cosas curiosas e interesantes en la vida. Una de ellas es el aprendizaje que tenemos todos los días, en lo que podemos contextualizar como una vida promedio.

Cada uno, con sus 24 horas precisas, acorde a donde nos ubiquemos geográficamente. Tiempo para realizar las actividades cotidianas que tanto nuestra edad como situación personal nos exigen.

Claro es que varían estas actividades, según los usos y costumbres de cada comunidad.

En las occidentales, las actividades suelen ser trabajar, estudiar, descansar, convivir, divertirse, dormir, etcétera.

Así, la vida transcurre en un tiempo que segundo a segundo se va consumiendo sin que tengamos la certeza de saber hasta dónde y hasta cuándo durará.

Podría decir que, siendo bebés y niños, medir el tiempo es irrelevante; de jóvenes queremos alargar los días y le robamos horas a la noche; ya mayores, vamos dimensionando su impacto y tratamos de administrarlo de la mejor manera hasta que nos convertimos en adultos mayores y entonces este va adquiriendo una prioridad y dimensión distinta.

En ese transcurrir, vamos interactuando con otras personas, preponderantemente la familia de la cual formamos parte, pero además con un amplio bagaje de vínculos y relaciones que establecemos en todos los ámbitos.

Sin darnos plena cuenta de ello, vamos buscando compartir más tiempo con aquellas personas con las que nuestra relación implica mayor cercanía y empatía.

Ello nos lleva a las relaciones que perduran y superan el ámbito en el que inicialmente se formaron.

Inclusive, algunas se convierten en sólidos lazos de amistad que conllevan a la convivencia frecuente y a compartir situaciones, pensamientos, ideas y más que no comentamos con otras personas.

Eso hace de la amistad una de las cosas más maravillosas que los seres humanos tejemos a lo largo del tiempo que podemos y queremos compartir con quienes, independientemente de las etapas o ciclos que vivimos, procuramos tener cercanos a nosotros.

Cuando el tiempo de vida de alguno termina antes que el nuestro, su ausencia se convierte en una añoranza.

Entonces les seguimos dedicando tiempo en nuestro pensamiento e intentamos pensar en lo que nos dirían ante las circunstancias de un nuevo ciclo que vivimos en el presente.

Honrar la memoria de los amigos que ya no están es un acto de gratitud y también una manera de señalarnos la importancia de valorar a quienes aún seguimos caminando y disfrutando juntos en este tiempo compartido.

Hoy día, el ritmo de vida que una ciudad en crecimiento nos obliga a tener, sin proponérselo, va reduciendo los espacios de tiempo que disfrutábamos años atrás, aunado al ritmo que la edad mayor nos obliga por naturaleza.

Por eso, estoy cierto que cuando estamos en el último tercio de vida, la relevancia de hablar con los amigos, la calidad es superior a la cantidad de tiempo dedicado a los mismos. Escribir sobre la amistad, es una forma de abrazar, manifestar y reiterar el afecto por quienes tenemos la fortuna de contar con su amistad en la distancia o en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

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