Aquella mañana fue muy diferente para ese chamaco estudiante que fui, quien ese día realizaría con su maestro y sus compañeros de escuela, una expedición al cerro del Cimatario, aquel lugar que —en la distancia de aquel entonces—, mostraba en su cima un par de antenas repetidoras de la señal de televisión y radio, que a su vez recibían de otras ubicadas en el cerro del Zamorano, éste con una altura de 3 mil 240 metros sobre el nivel del mar y siendo el punto más alto en todo el estado. El Cimatario era y es un referente de la ciudad de Querétaro, por fortuna fue convertido desde 1982 en parque nacional, como un área protegida que poco a poco se va vistiendo otra vez de verde, dando un espacio para la presencia y conservación de diversas especies de fauna y flora. Pero a finales de la década de los 60 en el siglo pasado, aún acusaba la tala de la que fue objeto siglos atrás y donde cada tres años se colocaban piedras pintadas de blanco que se formaban para mostrar las iniciales de los candidatos a Presidente de la República o a Gobernador, lo que lo convertía en el espectacular más grande en la localidad. De igual manera, era reconocido por las instalaciones que brindaban la posibilidad de ver en la ciudad los programas de televisión.

Realizar esa pequeña expedición escolar al Cimatario era toda una gran aventura, no sólo por la tarea asignada para recolectar plantas y flores que posteriormente fueron prensadas al interior de algunos libros en casa y con ello elaborar una tarea que incluía, en la clase dedicada a la botánica, las partes que las componen y con el chance de obtener puntos extras si lográbamos identificar qué planta o flor era la que presentamos en la tarea asignada.

Adicionalmente, esa mañana tuvo el encanto de ver algunos habitantes del lugar y subir por una brecha de terracería y algo de empedrado, hasta el acceso controlado a la zona de las antenas, al que era prohibido ingresar por motivos de seguridad en las instalaciones. Sin embargo, llegar hasta ese límite, ofrecía una vista única, tanto de la ciudad como del paisaje de Huimilpan, que muy pocas veces tuvimos la oportunidad de disfrutar cuando el acceso al cerro era libre en su mayoría.

Ver la ciudad en un día claro, disfrutando del lonche para reponer la energía de la travesía, fue una de las experiencias mejor guardadas junto con el imborrable recuerdo de mirarla desde esa perspectiva muy diferente que te da la altura y la distancia. Entonces la capital, que estaba a unos años de comenzar su crecimiento sin freno, se podía observar completamente y señalar al sur, oriente y poniente los límites con los municipios aledaños en zonas dedicadas al cultivo agrícola.

Al paso de más de cuatro décadas después, tuve la oportunidad de visitar de nuevo el Cimatario, ya como parque nacional, con mi cámara fotográfica y recorrer sus caminos y veredas para levantar algunas imágenes que expuse con destacados fotógrafos en un aniversario del lugar. No sólo yo había crecido, la ciudad lo había hecho a un ritmo más veloz y los límites municipales desparecieron entre pavimento, tabiques y concreto, mientras el parque verde se vestía de plumas y piel para celebrar seguir siendo un referente, pero ahora de esperanza sustentable, en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

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