Uno de los tantos atractivos que tiene la naturaleza en nuestro planeta son las montañas, esos lugares tan distantes y distintos para quienes vivimos lejos de ellas y que para muchos resultan muy atractivas y en ocasiones fascinantes.
A lo largo y ancho del mundo, inclusive en los océanos, están presentes con diversas y caprichosas formas. A decir de la mayoría de los geólogos, las consideran así, cuando la formación terrestre se eleva por más de trescientos metros sobre el área que les rodea.
Se crean por el choque de la corteza terrestre en un proceso conocido como tectónica de placas que al hacerlo se elevan sobre la superficie a lo largo del tiempo y lentamente han ido dando forma a esos gigantes que nos maravillan y nos recuerdan siempre el poder que la naturaleza tiene sobre la humanidad.
Juegan un papel preponderante en la geografía al ser reconocidos como protagonistas del paisaje, referentes de fronteras naturales entre países y como condicionantes del clima en regiones por la capacidad de controlar o afectar el movimiento de nubes, tormentas, vientos, etcétera. Algunas de ellas con sus climas propios que dificultan y, en ciertas altitudes, impiden la vida normal de los seres humanos. Inclusive en regiones lejanas donde no están presentes, afectan, desde la distancia, el clima de las mismas.
El punto más alto del planeta es la cima del Everest con prácticamente 8 mil 850 metros sobre el nivel del mar y está ubicado en la cordillera del Himalaya en el continente asiático.
En alguna ocasión, hace ya varias décadas, visité un par de ocasiones el volcán Irazú en Costa Rica, el más alto de aquel país con un poco más 3 mil 430 metros sobre el nivel del mar, con un cráter que contiene un lago de color y características cambiantes. En aquellas ocasiones era de color verde y, no obstante que no estaba permitido hacerlo, me aventuré con un par de amigos a caminar sobre el borde y observar cómo las nubes frías chocaban con una superficie invisible de calor y retrocedían sobre esa vereda que se perdía en neblina a la distancia.
De igual manera, ya en la zona permitida a los turistas, en un instante nos cubrió una densa nube de aguanieve que nos congeló el rostro por un par de minutos con efectos similares a cuando te asoleas demasiado.
A partir de ese momento he cultivado una fascinación por las montañas que logro ver y en especial capturar en una imagen de paisaje con mi pasión por la fotografía.
Desde entonces, me gusta pensar en la posibilidad de estar en esos lugares donde el silencio impera en tanto el sonido del viento se lo permita. Deben ser experiencias únicas que dan un boleto abierto para la contemplación y para alejarse por momentos del ajetreo cotidiano de ciudades como la nuestra.
La nieve, los riscos, la actividad de un volcán activo, pueden estar en nuestra imaginación para reconocer ese valor que los pueblos ancestrales les daban a las alturas en sus diversas culturas y tradiciones.
En estos tiempos difíciles y turbulentos, regalarnos la oportunidad de imaginarnos en un marco natural como lo son las montañas, nos permitirá nutrir aquellas emociones agradables que hoy necesitamos tanto y que suelen no estar tan a la mano, aún en ciudades hermosas como este Querétaro nuevo que deseamos conservar.