Recién comenzó el otoño, pero parece que el calor del verano no ha sido debidamente enterado, y para fortuna de muchos, el helado sigue siendo una de esas cosas que nos reconcilia un poco con la vida.
El tomar nieve preparada en cualquiera de sus presentaciones, como paleta, cono, barquillo, vasito o encima de algún otro postre, siempre es algo que la gran mayoría de la gente disfruta desde que eres un bebé y hasta cuando arribamos a la ancianidad.
Recordar cómo nos sentíamos y nos sentimos cuando tenemos la oportunidad de degustar del dulce sabor frío que nos provoca una sensación de alegría y felicidad, casi siempre efímeras, pero sin duda memorables. Hay seguramente excepciones en personas que no les agrada la sensación del frío y es algo absolutamente respetable.
En nuestra estructura social, al formar parte de una familia, el hecho de llevar a los hijos pequeños a comprar un helado es resultado de muchas pequeñas situaciones que como padres decidimos con un propósito determinado, este puede ser por consentir, reconfortar, premiar o por el simple hecho de otorgar un momento agradable a quienes son parte fundamental en nuestra vida.
Por ello también, dicho sea de paso, es importante evitar que lo acepten cuando alguien desconocido se los ofrezca.
A lo largo de nuestra vida, podemos conocer y disfrutar de muchas cosas que suelen significar un mayor gasto económico, pero sin duda, en postres muy fríos hay múltiples opciones en precios y variedades. Tengo presente cuando a la salida del colegio había un señor que diariamente estaba en las afueras de la escuela y a quien solíamos llamar con afecto —el conos— y quien vendía justamente conos de papel con una deliciosa nieve de limón, la que particularmente resultaba una pequeña dosis de combustible para pedalear de regreso a casa en bicicleta.
Los fines de semana, al visitar a las abuelas, era mágico cuando nos deteníamos para comprar un pequeño barquillo de nieve de sabor con cajeta y coco a una simpática señora que tenía un carrito en forma de frijol con varios botes de nieve.
No se diga la oportunidad de ir a uno de los lugares más tradiciones de la ciudad en La Mariposa y deleitarse con un helado de mantecado o de guamiche, que eran de mis favoritos. Es más, era especial para mí el ir disfrutando de ese postre y tomado de la mano de mi madre o de mi padre, lo que adquiría un mayor significado para ese tiempo que duraba un suspiro.
Ya mayor, son imborrables los momentos de viaje cuando se regala uno la oportunidad de disfrutar el detenernos en algún espacio donde venden helados que etiquetan la memoria de otra ciudad, gracias también a la devoción que mi consuegro Jorge tiene por los mismos y que, para fortuna nuestra, es algo contagioso.
Hoy, llevar a los nietos a compartir uno de esos momentos, se convierte en un enorme gesto que enriquece el vínculo y es compensado con auténticas caras felices que resultan un regalo con enorme valor para quienes chambeamos de abuelos.
Tal vez, si algunos de los problemas en la actualidad se analizaran, discutieran y decidieran junto a un cono de nieve, seguramente propiciaría mejores consecuencias y acuerdos en un instante en el que el optimismo coronaría la solución en lugares cálidos, como este Querétaro nuevo que deseamos conservar.
@GerardoProal