Hoy quiero platicarles sobre las aves que habitan esta ciudad pues, en muchas ocasiones, somos indiferentes a sus emplumados habitantes y vecinos, muchos de ellos ruidosos y otros tantos rechazados como las urracas, los chillones y los tordos que, si nos brindamos un poco de tiempo, veremos casi en cualquier parte gozan de nuestra indiferencia. Sin embargo, hay muchos otros que son hermosos ejemplares de su especie: cardenales, petirrojos, colibríes, dominicos, garzas y otros migrantes que tienen algunos años como los pelícanos borregones. Si paseamos por las orillas de la mancha urbana, con un poco de suerte podremos llegar a ver halcones blancos y aguilillas. Aquellos que llegaron para quedarse son los patos, en diversas variedades, que habitan alrededor de la presa del Cajón en Juriquilla. Las palomas y pichones buscan ser controlados, sobre todo, por quienes protegen las altas edificaciones antiguas para evitar el deterioro que propicia su guano. Sin embargo, quienes admiramos el paisaje urbano y el natural, las aves siempre serán parte fundamental de la belleza. En lo personal, cuando me pongo la cachucha de fotógrafo, las aves son un especial objetivo ante lo limitado de la fauna en la zona. Aún existe alguna pequeña parvada de loros que sobrevuela casas y calles queretanas con un ruido de carnaval muy peculiar. En realidad soy más admirador que conocedor del tema, pero me agrada mucho observas las aves y hay otra especie que, aunque pudiera ser molesta para los árboles, no deja de estar presente en diversos lugares de la capital del estado y su zona conurbada, me refiero a los pájaros carpinteros. Tengo un relato que compartir sobre ellos. Mi primera experiencia ocurrió fuera de Querétaro, en la sierra de Durango, cuando hace algunos años fui con unos amigos fotógrafos a visitar un rancho cinegético que, en temporada de veda de venados, nosotros fuimos de cacería fotográfica. Montamos en algún espacio una tienda de campaña llamada “blind” que nos permite usar camuflaje y por una ventanilla sacar el lente de la cámara para disparar en la primera oportunidad que se nos presentara. En esa ocasión había un árbol con una gruesa rama muy inclinada que quedaba justo enfrente de la ventanilla que me tocó. Yo me sentía frustrado, ya que reducía mi campo de visión. Sin embargo, cual sería mi sorpresa cuando un gran ejemplar de carpintero vestido de plumaje negro, blanco, moteado y con un singular copete rojo comenzó a picotear el tronco en cuestión. Me di vuelo tomando imágenes y al salir del camuflaje, acudí al árbol que estaba lleno de agujeros y en cada uno de ellos guardado un grano de maíz. Era una enorme despensa que sin lugar a dudas le ayudaría a pasar el invierno sin hambre. Aquí en Querétaro, en el jardín de mi lugar de trabajo, en el cual transito cada día al llegar y salir de mi jornada laboral, he visto desde hace más de diez años anidar a una familia de carpinteros y seguramente deben de ser un par de generaciones que han decidido, año tras año, hospedarse en el mismo lugar: una vieja palmera delgada que sucumbió a sus picotazos, cuyo tronco alto y delgado ha servido para su nidada con un par de ejemplares por temporada. A lo largo de este tiempo he tomado algunas fotografías en diversas ocasiones. Recientemente me llamó mucho la atención que llegar de nuevo un carpintero con su hermoso copete rojo. Cuando los intento fotografiar y me coloco cerca de la palmera, ellos giran alrededor de la misma ocultándose y cuando pierdo de vista la entrada al nido, ellos ingresan de inmediato. Sistemáticamente se turnan por tiempos para traer alimento al nido, una especie de hormigas muy gruesas que han de resultar un manjar de proteína para las crías. Los viernes, si traigo conmigo la cámara, me doy gusto tratando de atraparlos en mi lente, pero parece que tenemos un rito que cumplir. No puedo acercarme de golpe porque evitarán salir del nido. Tengo que ser paciente y lograr que acepten un poco mi presencia para que se anime a detenerse en el tronco. Hasta la cuarta o quinta salida por fin pareciera que me aceptan, entonces se detienen antes de entrar al nido y me permiten la mejor toma. Después de tomar las imágenes, me retiro satisfecho y contento, esperándolos de nuevo hasta la siguiente primavera, cuando retornarán al mismo lugar a consumar la inigualable tarea de preservar la especie. Así ocurre en muchos rincones en una ciudad que hoy día vuela alto y mantiene a estos vecinos vestidos de plumas, que cada año deben hacer lo que les corresponde en su vida y nosotros mantener la calidad de la nuestra, en este Querétaro nuevo que queremos conservar. *Director administrativo Desarrollos Residenciales Turísticos (DRT).