Hace apenas unos días, tuve la gran oportunidad de ir a visitar en su casa a una persona quien ha sido muy especial para mí en el transcurso de prácticamente toda mi vida. Ella comenzó a trabajar en el almacén La Ciudad de México —la tienda de mi abuelo, mi padre y su hermano— a finales de los años 50 del siglo pasado, cuando apenas contaba con 16 años de edad. Yo nací unos años más tarde y entonces deduzco que supo de mi cuando aún yo me encontraba en el vientre de mi madre y por lo tanto, digamos que me conoce bastante. Más aún cuando yo comencé a realizar mis pininos laborales en el mismo establecimiento, a los 12 años de edad, y lo hice durante 20 años más hasta que cerramos en la época de la catarsis que vivió el centro de esta ciudad al cerrarse al tránsito vehicular, al igual que ocurre con la mayoría de las ciudades centenarias. Esta gran mujer, Juanita Prado, estuvo trabajando por más de tres décadas ahí, responsable del departamento de perfumería donde con la magia que acompaña a todo lo que representa el cuidado de la apariencia personal buscando siempre la mejor expresión de la belleza, es de vital importancia sobre todo para las mujeres. Ella continuó laborando conmigo otros 17 años más en otro establecimiento que abrimos y donde vendíamos perfumería y artículos de la marca suiza Victorinox. Desde pequeño, cuando aprendí a colocar las etiquetas de precios en los tantos y diversos artículos del departamento de perfumería, lo hacía en el mostrador del departamento para facilitar tanto el ingreso de la mercancía, como el control del inventario. Esa oportunidad me permitió tener innumerables charlas con Juanita, quien cautivaba con su encanto personal, su simpatía y su enorme generosidad de trato, lo que provocaba quererla con facilidad. Como colaboradores, supimos y vivimos las temporadas de duras y maduras, tiempos buenos y tiempos muy malos, pero siempre con una enorme confianza y lealtad hasta que al cerrar otro ciclo, mudamos de nuevo el negocio al centro de la ciudad, pero tres robos y el cansancio natural del tiempo provocaron el cierre definitivo y la conclusión de una época de cinco décadas para ella y cuatro para mí.
Hablamos por teléfono, pero estos días surgió en mí la imperiosa necesidad de saber de ella y verla en persona. El cariño mutuo y la gratitud estallaron al sentarnos su hermana Antonieta, Miriam, mi esposa, Juanita y yo, cuando nos tomamos de la mano y comenzamos a ponernos al día como cuando lo hacíamos antaño. Platicamos de todo un poco, reímos más y ello me recordó la importancia y el valor de la gratitud, del respeto y lo necesario e importantes que son algunas personas en nuestra vida. Ella lo es para mí. Conserva la chispa, la simpatía y una enorme y evidente generosidad que la ha caracterizado desde aquellos tiempos. Mantiene vivo el recuerdo de amigas y amigos compañeros de trabajo en aquella tienda departamental que aún se recuerda en parte de la memoria colectiva de esta ciudad. Ella representa a muchas personas a quien queremos y agradecemos tanto por ser parte de esa historia, pero Juanita tiene un lugar muy especial en mi corazón y en el corazón de mi familia. Chicuela, te envío abrazos y besos mientras nos reunimos de nuevo, para hablar más de este Querétaro nuevo que deseamos conservar.