Gerardo Proal de la Isla

Jardín botánico

Ojalá y llegue a ser realidad un espacio mayor destinado a un Jardín Botánico en nuestra ciudad o su zona conurbada

Hay lugares hechos por el ser humano que nos permiten vincularnos íntimamente con la naturaleza, cosa nada fácil si dimensionamos la realidad que vive nuestro planeta por el uso y abuso de espacios y de los recursos no renovables del mismo que hemos hecho como humanidad. Me refiero a esos pequeños rincones en muchas ciudades, conocidos como Jardines Botánicos, definidos como espacios destinados a la protección, estudio y exhibición de plantas o especies vegetales donde se realizan investigaciones científicas sobre la biología centrada en las plantas y nos proporcionan información y educación sobre las mismas. Además de ser espacios debidamente regulados y certificados para tener esa calidad, pueden tener un enfoque o una especialidad determinados, lo que le permite recrear el hábitat natural de las plantas. Dichos lugares pueden ser implementados y operados por los gobiernos, por sector privado, por instituciones sin fines de lucro o con figuras mixtas de operación y sostenimiento.

Su origen se remonta a siglos atrás, pero se habla de los registros en el siglo XVI con la intención de investigar y conocer sobre plantas en Italia, particularmente en Pisa, Padua y Florencia, pero no fue sino hasta el siglo XX que se consolidó la tarea de investigación más allá de la estructura de una planta para ampliar el horizonte a su origen, evolución, relación con otras especies y todo aquello que permite ver a estas especies como los seres vivos que son. De manera paralela a esta parte científica, algunos han sido reconocidos como lugares de recreo, esparcimiento, meditación, lectura, relajación y para establecer el contacto con la naturaleza, lo que hoy más que nunca es importante y valioso para las nuevas generaciones con su educación y formación en el tema. Hay jardines botánicos que nos rescatan de las fauces de concreto y asfalto con que nos va devorando una ciudad en crecimiento como la nuestra. Ahí, hay momentos en los que se puede apapachar el alma con hojas y pétalos que maravillan nuestros sentidos al descubrirlos en el entorno.

En Querétaro tenemos jardines botánicos especializados en cactus y plantas del semi desierto, el Regional de Cadereyta y La Quinta Fernando Shmoll, ambos en el pueblo mágico de Cadereyta, así como el de la Facultad de Ciencias Naturales de la UAQ, aquí en la capital queretana. Son lugares maravillosos y por obvias razones llenos de sol, como lo requieren esas especies que nos son ejemplo de lucha por la supervivencia y nos cautivan con su manera de florecer y producir frutos. Sin embargo, aquí nos hacen mucha falta espacios con sombra y condiciones para cultivar el vínculo con la naturaleza y enriquecer el espíritu a través de ello. De igual manera, para protegernos de los rayos del sol, para combatir el estrés y para sentarnos o caminar acompañados de sonidos y ruidos más amables.

Ojalá y llegue a ser realidad un espacio mayor destinado a un Jardín Botánico en nuestra ciudad o su zona conurbada, donde sea tan importante tanto lo científico como lo emocional en esta selva de asfalto, en la que hoy solo florecen y se reproducen rápidamente los automóviles. No es una tarea particular de una instancia, debe ser un gran esfuerzo colectivo, ya que lo merece este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

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