Una gran parte de la gente en el mundo suele aplicar, en el modo más práctico, la frase común “Ver para creer”, cuyo sentido es la incredulidad o duda ante una afirmación o un relato, que no será aceptado como verdad, sino hasta verlo con los propios ojos. Se le atribuye a esta frase un origen religioso relacionado con el apóstol Tomás, quien dudó de la resurrección de Jesús cuando sus compañeros le manifestaron —hemos visto al Señor— solo creyó cuando pudo ver y tocar sus heridas. Así, a lo largo de la historia, muchos personajes han sido tildados de locos por creer en algo que no podían ver, pero que más tarde su realidad fue contundente. Personajes como Galileo Galilei, Isaac Newton, Charles Darwin y muchos más fueron severamente cuestionados. En muchas ocasiones, las creencias colectivas o individuales han condicionado el impacto de la referida frase, pero la contundencia de la razón, no precisamente vista con los ojos, ha propiciado también grandes cambios para bien de la humanidad entera.

La fe es la contraparte, la que nos permite creer en aquello que no podemos ver. Ha sido estrechamente ligada al ámbito cultural y más religioso, ello ha propiciado muchas y diversas creencias en la materia, en especial por la necesidad del ser humano, registrada en vestigios y testimonios desde antiguas civilizaciones como los egipcios, los mayas, los incas, los aztecas, de trascender la muerte, con la idea de que la vida no termina con la muerte física, sino que de alguna manera continúa en otro plano de existencia. En el contexto religioso, es la creencia profunda y confiada en una deidad, doctrina o sistema de creencias que se sostiene sin necesidad de evidencia empírica. En diversas religiones, sin duda, la fe ha sido y es un valor indispensable.

En la actualidad, dada la importancia y evolución de la neurociencia, que es el estudio del sistema nervioso, el cual está compuesto por el cerebro, la médula espinal y las redes de células nerviosas sensitivas o motoras, llamadas neuronas, en todo el cuerpo y cuyo objetivo es comprender cómo funciona el sistema nervioso para producir y regular emociones, pensamientos, conductas y funciones corporales básicas, incluidas la respiración y mantener el latido del corazón. Es interesante cómo, fruto de la evolución hasta nuestros días, se ha fortalecido el vínculo entre la fe y el pensamiento, en especial al saber y comprender que nuestra mente se mantiene tan activa, que solo apenas un 5% de nuestros pensamientos en el día son conscientes y el alto resto se generan de manera inconsciente. Los sueños forman parte de esta interesante actividad inconsciente. Lo más interesante es que en el pensamiento consciente profundo, en aquel que se controlan las emociones y las reacciones de nuestro cuerpo, podemos fortalecer también la fe en nosotros mismos y nuestros propósitos relacionados con la vida terrena, la que sí vemos y creemos, para llevar a cabo la toma de decisiones, la implementación de acciones y tareas que permitan hacer frente a los retos y desafíos y nos permita encontrar el verdadero sentido de nuestra vida. Vaya que hacen falta fe y pensamiento, que puedan contrarrestar este panorama mundial y el del Querétaro nuevo que deseamos conservar.

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