En estos días de otoño, hay tardes previas a la puesta del sol, en las que conduciendo el automóvil, se antoja detenerse y alejarse del asfalto, de la lentitud de los automotores y de estar atrapados en el tránsito citadino para acercarnos hacia el horizonte lejano donde vemos, dentro de una ilusión óptica, un lugar apacible y tranquilo bañado de la luz de tarde que adquiere matices dorados, muy parecidos a los que solía ver de niño a través del horno de la cocina en casa, cuando se preparaba un pay de manzana y los aromas, tanto alrededor del horno como de la tarde, son una promesa de momentos de felicidad que guardamos en la memoria.
Ocurre que el atardecer y el pastel son efímeros y duran la víspera, más aún el segundo cuando perteneces a una familia numerosa. Sin embargo, adquieren el valor de ser memorables al regalarte esa mágica sensación de bienestar y de armonía que al igual que llega, también desaparece cuando escuchas el sonido del claxon de algún desesperado vecino de carril que te devuelve de golpe a la realidad, mientras que el sol se ha ocultado y abre el paso al anochecer.
Pero seguimos en el tráfico y pensamos que seguramente debe haber en nuestra memoria ancestral registros de haber vivido un mayor tiempo en contacto con la naturaleza y eso nos regala la oportunidad de disfrutar mucho cuando efectivamente salimos de la ciudad y pasamos algunos días en algún destino lejano a la misma, en especial cuando hay noches claras y se multiplica la cantidad de puntos brillantes en el cielo hasta esa claridad de poder observar la vía láctea y disfrutar aún más, incluyendo el riesgo de una tortícolis al estar tanto tiempo mirando hacia arriba. Aún ahí, es cada vez más probable observar también algún satélite artificial que se desplaza velozmente a una muy lejana distancia y que nos conecta de nuevo con la actualidad.
Las noches de otoño también son propicias para sentarse alrededor de una fogata y atemperar un poco ese frío nocturno que también arriba en este mes y se convierte en un anuncio previo del invierno que llegará cuando el año se acerque a su fin. Charlar, contar y escuchar historias de fantasmas, tocar o cantar canciones de guitarra y disfrutar bebidas calientes que permiten disfrutar de la baja de temperatura en el ambiente. Pienso en ello, pero las luces y la sirena de una ambulancia sacuden de nuevo mi realidad y caigo en cuenta que la movilidad en esta ciudad está siendo devorada poco a poco y día a día, por el crecimiento que nuestra capital y la zona conurbada tienen desde hace décadas.
Comenzará el frío y con él llegarán también a los mercados y a estantes de los supermercados los frutos para preparar el ponche que anticipa las fiestas decembrinas, las que incluyen la oportunidad de reflexionar por las noches, al término de un ciclo más del tiempo que vivimos. Pensando en ello y aún en el automóvil, considero también que esta temporada de obras viales que siempre abonan al desarrollo de la ciudad, nos debe invitar a pensar que si seguimos creciendo de esta manera, debemos encontrar esquemas de transporte que reduzcan y sustituyan el uso del automóvil para que tengamos más oportunidad de disfrutar estos días de otoño, junto con aquello que anhelamos y que se convierte en momentos memorables, en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.
@GerardoProal