En nuestro país, hay muchas y diversas celebraciones a lo largo del año. Una de las más significativas e icónicas es sin duda el Día de muertos. Tiene su origen en la época prehispánica, ya que el culto a la muerte forma parte de la cultura de nuestros pueblos indígenas al celebrar la visita transitoria a la Tierra de las ánimas del Mictlán, referente náhuatl del lugar de muertos o inframundo, que junto con las celebraciones católicas traídas por los españoles se sumaron al calendario que coincide con la conclusión del ciclo agrícola del maíz.

Cada región en nuestro país tiene diversas peculiaridades en esta celebración y en la importancia que le dan a la misma. Destaca la elaboración de los altares de muertos, en los que, con las imágenes de nuestros difuntos, se visten de colores, flores, velas, alimentos preferidos de los mismos, esos espacios donde ellos regresan para convivir y degustar de aquello que tanto les gustó en vida.

Los mexicanos somos de los pocos pueblos que además de celebrar la muerte, solemos hacer gala de humor ante la misma. Inclusive, hay regiones en el país, como el estado de Michoacán, donde en los panteones la celebración de la fecha se realiza directamente en las tumbas de aquellos quienes se nos han adelantado y se convierte en un evento lleno de misticismo para los familiares y algo que llena de profunda emoción para quien, como visitante, tenemos la oportunidad de atestiguar. También, además de este día, muchas familias acostumbran algunos fines de semana acudir a los panteones y realizar una convivencia familiar en los lugares donde reposan sus muertos, que incluye el equivalente a un día de campo con música.

Recordar a nuestros difuntos es mantenerlos vivos en nuestra mente y nuestro corazón, es honrar su memoria y evitar que transiten hacia el olvido.

Esta celebración es una manifestación clara y contundente de nuestra ilusión, esperanza o fe, según las creencias de cada quien, de que hay una vida después de la muerte, con la idea de que el espíritu trascienda sobre el cuerpo que regresa a ser materia que se transforma.

Por otro lado, no obstante la festividad, no solemos prepararnos adecuadamente para lo único que sabemos a ciencia cierta que sucederá más tarde o más temprano. Suena lógico evitar pensar en ello, como si el no hacerlo nos permitiera diferir dicho evento.

Sin embargo, llegar a adultos mayores y a la ancianidad, resulta inevitable considerarlo y, sin que sea condición padecer cotidianamente la posibilidad, creo que es conveniente considerarlo y junto con el legado que podamos dejar, buscando esa paz interior, tan necesaria como lo son la alegría y la esperanza para nosotros.

Cada pueblo y cultura a lo redondo del mundo, han dejado testimonio de su pensamiento sobre la muerte y su afán de trascenderla. Muchos de los testimonios artísticos y arquitectónicos de la antigüedad más destacables de muchas civilizaciones, tienen que ver con su pensamiento sobre la muerte y el más allá. No hay manera de desprendernos de lo inevitable. Por eso, junto con la tradición de hon- rar a nuestros muertos, mantengamos la alegría de honrar y disfrutar la vida con nuestros vivos, también en una ciudad tan viva de sus tradiciones, como lo es este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

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