La juventud es sin duda una de las mejores etapas de la vida, particularmente lo resultan aquellos años cuando cursamos la preparatoria, un tiempo donde continúa la adolescencia en su plenitud, pero también comienza a vislumbrarse el horizonte del futuro y en él una serie de opciones de caminos a seguir para hacer frente a la vida real, con esa ilusión de pensar que el mundo parece ser tan solo una manzana. Las amistades establecidas en esos años, adquieren una fortaleza singular, que dura toda la vida, fruto de las tantas vivencias y aventuras que con toda facilidad se llevaban a cabo y sin planearse cuando apenas coincidían dos o más geniales complicidades. De igual manera, las primeras largas jornadas de estudio, de desvelos, de tantas y tantas anécdotas sobre el aprendizaje de vida que comenzamos a atesorar. Dirían los clásicos, eran tiempos distintos a los de ahora y en efecto, así fueron, no dejaba de haber riesgos, pero la libertad era única.
Hace algunos días, nos reunimos a comer el grupo de excompañeros de la preparatoria para celebrar, gracias a la perseverancia de quienes nos convocan, la oportunidad de poder coincidir y más aún por que justamente este año de 2025 celebramos el 50 aniversario de haber ingresado a nuestra máxima casa de estudios, la Universidad Autónoma de Querétaro, cuando la preparatoria se encontraba en el Centro Histórico, en lo que fuera el colegio de San Ignacio y el seminario de San Francisco Javier, en la calle de 16 de septiembre, un inmueble con una historia, riqueza cultural y belleza singulares. Hablamos de las maestras y maestros de aquel entonces, de lo mucho que debemos hoy agradecer a quienes nos compartieron generosamente formación y conocimiento. Recordamos a quienes hoy ya no están, pero sobre todo disfrutamos de nosotros estar y de ver la vida a esa distancia, con una parte de nostalgia que se pasea entre nosotros a lo largo de la convivencia.
Mantener contacto con excompañeros de escuela y de reunirse eventualmente para estrechar vínculos es valioso, sobre todo para mantener viva la memoria colectiva, se convierte en algo equivalente estar realizando un largo y accidentado viaje en el mar de la vida, por un momento regresar unas horas a un puerto seguro, donde inevitablemente regresan aquellas ilusiones y sueños de la juventud, no importa si se hicieron o no realidad. Tal vez no cura ninguno de los males de la actualidad, pero sin duda fortalece convicciones, afectos y muchos recuerdos dignos de serlo. Se convierte en una tarde distinta, donde prolifera la risa y la distancia se acorta de nuevo. Sin duda se platica de la actualidad lo que cada quien ha vivido recientemente. Con un acervo de medio siglo de conocernos, inevitablemente se platica también sobre temas de salud, pero hay grandes historias interesantes en cada una de las mujeres y de los hombres, así como de sus parejas que forman parte sólida de los afectos del grupo.
Como suele suceder, una ciudad que crece, nos lo cobra disminuyendo las oportunidades de coincidir, como lo hacíamos antaño, pero agradezco de nuevo la anfitrionía en esta ocasión de Arturo Rivera y la perseverancia de María Elena Mancilla y Yadira Trejo para reunirnos una vez más a quienes hemos compartido algo de este Querétaro nuevo que deseamos conservar.