Gerardo Proal de la Isla

Cielos nocturnos

11/05/2016 |06:45Gerardo Proal de la Isla |
Redacción Querétaro
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Hace algunos días que, como suele ocurrir a partir de las redes sociales, que se entera uno de muchos eventos que ocurren a lo largo, ancho y redondo de este pequeño planeta y supimos de un fenómeno natural que tiene que ver con el cosmos, lugar donde la realidad terrenal nos impide mirar el tiempo necesario para restablecer la cordura que resulta indispensable en nuestras comunidades urbanas. Me refiero a la lluvia de meteoros conocida como Eta Aquáridas, nombre que proviene de una de las estrellas más brillante de la constelación de Acuario llamada Eta Aquarii. Dichos meteoros son polvo muy fino que se desprendió de la cola del cometa Halley hace cientos de años y que al entrar en contacto con la atmósfera terrestre se encienden y brindan un espectáculo que nos invita a impresionarnos. Dicho evento se observó más en el hemisferio sur. 

Al enterarme de su origen, proveniente del cometa Halley, me trajo de golpe muchos recuerdos de hace treinta años, que al igual que muchas personas, tuve la posibilidad de ver el cometa que nos visita cada 76 años y es una oportunidad única en la vida para muchos de nosotros. Yo lo vi por primera vez en la zona de Guadalajara con mi cuñado y mis sobrinos que viven allá. El resplandor de la perla tapatía nos obligó a irnos alejando de la zona urbana y prácticamente llegamos a Chapala, en un cerro que resguardaba antenas retransmisoras de señal. En un momento de esa noche que concluía, nos encontramos con el visitante que apareció en el horizonte del amanecer, sorprendiendo a cada uno de nosotros con una emoción muy especial y particular. Posteriormente, llevé a mi esposa a verlo un amanecer en la orilla de nuestra capital queretana. En aquel entonces, mi mujer y yo estábamos a punto de iniciarnos como padres, en una de las aventuras más maravillosas que puede vivir un ser humano. Nuestro primer hijo estaba a unas semanas de nacer. 

Muchos años atrás, alrededor de medio siglo cuando era yo apenas un niño, mi padre me llevó una madrugada, horas antes de la salida del sol, a la azotea del edificio que albergaba el almacén “La Ciudad de México” en las calles de Juarez y Madero. Tengo presente un panorama con pocas luces hacia El Cimatario. Brillaba la iluminación de las pocas antenas ubicadas en aquel entonces. Mi padre me indicó mirar al cielo y en una relativa oscuridad llena de estrellas, resplandecía como magia el primer cometa que vi en mi vida. Mi padre me comentó que nuestros ancestros sufrían considerando que la aparición de dicho evento traía consigo algunas desgracias para la humanidad atadas a la cola que se iluminaba maravillosamente. Yo me resistía a creer que algo tan hermoso pudiera venir acompañado de males que ni siquiera imaginaba. Me sigo resistiendo. 

Recuerdo una anécdota de la realidad del matrimonio, cuando recién casado un par de años antes de la visita del Halley, pasé por el aparador de “Novedades García”, la tienda de artículos electrónicos perteneciente a un buen amigo y vi un hermoso telescopio que decidí comprar con las facilidades que me otorgó. Entonces cuando compartí la noticia con mi flamante esposa, me recordó que los compromisos económicos que tomáramos tenían que ver con decisiones conjuntas, en un proyecto de vida de la familia que en aquellos años comenzábamos a  formar. Aprendí la lección y el telescopio, que hoy comienza a parecer más una reliquia, sigue ahí, permitiéndonos mirar los maravillosos cielos nocturnos y recordándome el sutil encanto del matrimonio. 

De vez en vez, conservo la costumbre de observar el cielo por la noche y al mirar más allá me surgen las preguntas sobre el tiempo y lo poco que nos toca vivirlo. Comparado con el universo, somos apenas un intento de suspiro. Aprendí que lo que registran mi ojos tuvo un origen en la distancia años luz a que se encuentran y llego a la conclusión de que combinamos el presente y el pasado mirando las estrellas. Desde otra óptica, los cielos nocturnos de Querétaro padecen el resplandor del crecimiento urbano, disminuyendo la atracción para muchos. Hay que permitirnos la posibilidad de seguirlos observando en las nuevas orillas de una ciudad que también se resiste a hacernos perder la capacidad de asombro, como lo es este Querétaro nuevo que deseamos conservar.