Hay un tiempo en la vida de las personas, que los eventos familiares y de gente cercana adquieren una singular importancia por el valor que tienen de reunir a la mayoría y en ocasiones a la totalidad de sus miembros, y además la oportunidad de coincidir en tiempo y espacio cuando hay distancia geográfica de por medio. En especial, aquellas celebraciones de un bautizo, un cumpleaños, una boda y otros donde el motivo lleva consigo la alegría como elemento principal.

Esa importancia a la que me refiero, se la otorgamos cuando caemos en cuenta que entre los asistentes mayores a ese convite, estamos nosotros. Solicitamos, si es posible, ubicarnos lo más retirado de las bocinas para tener la oportunidad de charlar con quienes compartimos la mesa. No obstante esa ubicación, hay aún ese deseo de acercarse a bailar, ya que el baile nos permite manifestar la felicidad que nos embarga y expresar sentimientos de empatía y la maravilla de fortalecer aún más los vínculos que nos unen. Sin embargo, hay también una magia especial en todo lo previo, durante y lo posterior que acompaña la preparación, el desarrollo y el recuento del evento en turno.

Pero suelen suceder imprevistos, los que se convierten en el sazón del día y en tema de plática. No obstante, las mujeres juegan el papel más importante al implementar todos y cada uno de los detalles que le dan el estilo particular de quien organiza y asume las tareas y responsabilidad que demanda ser anfitrión o anfitriones para asignarle un enorme ramo de sutilezas que hacen único cada evento.

Cuando eres pequeño, tu propósito principal consiste aprovechar la oportunidad de jugar con primos y amigos y comer a regañadientes mientras lo que quieres es aprovechar cada minuto en el espacio que está a tu disposición. Cuando joven, la oportunidad, con el permiso incluido de beber y bailar hasta que el cuerpo aguante, convierte el evento en la posibilidad de disfrutar y gozar el momento en un estricto tiempo presente sin que te preocupe mayor cosa. Cuando eres un adulto, te fijas mucho más en los detalles del menú, en la calidad de la comida y bebida, comenzando a tejer y compartir múltiples recuerdos y anécdotas, al tiempo de mirar cómo van creciendo los pequeños de la familia y mostrar las habilidades que tienes para el baile.

Cuando eres un adulto mayor, la dinámica cambia sustancialmente. Observas la concurrencia y agradeces en todo lo que vale la oportunidad de estar vivo. Dejas atrás todos aquellos sentimientos que marcaran alguna distancia y reconoces lo conveniente de acomodar las cosas en su justa dimensión. Recuerdas eventos similares de otro tiempo y piensas que cada vez serán menos frecuentes y menos largos los espacios de convivencia, lo que te obliga a atesorar cada uno de ellos.

Todos deberíamos mirar el presente y grabar cada uno de los momentos, desde el juego de los niños, el ímpetu de los jóvenes, la postura de los adultos y la dulce presencia en calma de los mayores. Son momentos para reír como dejamos de hacerlo ante la realidad de la una actualidad abrumadora en muchos sentidos; reír recordando mucho de lo vivido y reír ante la esperanza de un porvenir incierto, pero ciertos que celebrar la vida es la mejor manera de alimentar la esperanza, en todos las fiestas en el mundo y en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

@GerardoProal

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