Los seres humanos solemos equiparar la vida con un recorrido. Para muchos afortunadamente suele ser largo y normalmente lo medimos en tiempo pero no en distancia, a pesar de hacer evaluaciones metafóricas de avances o retrocesos como si se tratara de trasladarnos entre lugares, aunque ciertamente no es lineal. Ello depende algunas ocasiones de las metas y los propósitos que definamos con claridad para nosotros mismos, pues hay quienes obtienen sus resultados como si se tratara de un juego de ajedrez con una estrategia que se cumple la mayor parte del tiempo con relativa precisión. Sin embargo, hay ocasiones en que el adversario del juego, visto este como todo aquello que sale fuera de nuestro control, suele hacer jugadas que nos obligan estrictamente a la defensa y entonces el juego va teniendo resultados muy diferentes a los que teníamos considerados en un inicio.
Hay quienes por circunstancias de la vida no se pueden dar el lujo de planear y actuar como si jugaran ajedrez, por que las circunstancias no les permitieron desde temprano tener acceso a algún tablero de juego y entonces solamente van realizando su recorrido sin un plan más allá de ir resolviendo lo cotidiano y aprendiendo día a día hasta forjar un carácter que será su motor en el camino.
De una u otra manera, ese camino está ahí, el tiempo no suele esperar y lo recorremos a velocidades distintas. Así, siempre habrá la necesidad de saber cuánto hemos recorrido y dónde nos encontramos en un momento dado, ya sea solos o compartiendo nuestro andar.
La experiencia del tiempo de andar va sumando vivencias y entonces nos permite darnos cuenta que la gran mayoría de personas enfrentan, al igual que nosotros, circunstancias distintas, que de pronto nos colocan en un camino roto sin permitirnos saber hacia donde debemos dirigirnos. De pronto la carretera deja de serlo y nos resulta retador descubrir la pequeña brecha por la cual debemos seguir adelante. No hay a la mano señales, ni brújula para orientar. Simplemente se debe continuar el paso, arropados de ilusión y esperanza. La complejidad de la naturaleza humana es como es y no obstante, habiendo colocado de la mejor manera las piezas, el juego cambia azarosamente. Justo ahí, en esa encrucijada, está el aprendizaje que enriquece aún más la experiencia de vida.
Muchas son las áreas de oportunidad para construir, una y otra vez, nuevos caminos en un tiempo que jamás se detiene, sino hasta el final del mismo para cada quien o cuando las propias circunstancias nos impidan seguir andando. Finalmente son espacios para detenerse apenas lo suficiente para emprender nuevas rutas, recorriendo trechos difíciles que más tarde coincidirán con aquellos que anhelamos transitar. Las herramientas para abrir brechas son análisis y decisiones cotidianas, algunas de ellas serán trascendentales para establecer una nueva dirección en la ruta hacia los horizontes que se puedan vislumbrar en ese tiempo complejo que cada uno enfrentamos de vez en vez. Lo más interesante del andar, es que hay momentos en que cruzamos con otras personas, a quienes ayudamos a andar o ellas a nosotros. Ahí, en esos cruces, radica uno de los valores más importantes de vivir en el mundo y en este Querétaro nuevo que deseamos conservar.

