Parece broma, pero no lo es. Donald Trump, el multimillonario favorito de la derecha más rancia de Estados Unidos, terminó usando ideas de Antonio Gramsci, el intelectual marxista que soñaba con la revolución proletaria.
Donald Trump y Antonio Gramsci. Dos nombres que, en un mundo lógico, nunca deberían aparecer en la misma oración. Sin embargo, aquí estamos, viendo cómo el “Make America Great Again” termina siendo la materialización de las estrategia gramscianas.
Parece broma, pero no lo es. Trump se apropió de la idea central de la hegemonía cultural: hay que ganar el sentido común de las masas para poder cambiar el rumbo del país.
¿Suena familiar? Sí, es la receta que Gramsci describió encerrado en una celda fascista, soñando con una revolución obrera.
Pero en el siglo XXI, fue adaptada por un magnate inmobiliario, estrella de reality show y tuitero profesional, para poner a temblar al sistema político y mediático de Estados Unidos.
La ironía es brutal. Durante décadas, la izquierda teórica imaginó que romper la hegemonía neoliberal exigiría años de construcción de medios alternativos, debates académicos y luchas sociales.
Pero resulta que quien sí logró quebrar el “establishment” fue un outsider conservador armado con gorra roja, discursos altisonantes y un olfato populista a la Ernesto Laclau.
Sí, porque el slogan “Make America Great Again” no sólo es un ejemplo de mercadotecnia electoral: es un significante vacío que, como explicaba Laclau, permitió articular todo tipo de demandas insatisfechas. Desde obreros del Rust Belt enfadados con la globalización, hasta votantes rurales que sentían que Washington los había olvidado.
Y ahí es donde el absurdo se vuelve casi poético: los triunfos electorales de Trump se construyeron justo en esos estados “oxidables” donde las fábricas cerraron, los salarios bajaron y las promesas de modernidad neoliberal sólo llegaron en forma de comerciales de Wall Street.
Trump usó los medios hegemónicos para victimizarse, romper con ellos y crear los suyos propios, en un giro digno del mejor teatro surrealista. Hasta los aranceles impuestos a China o México rompieron con el manual neoliberal, ese que supuestamente iba a ser enterrado por los movimientos progresistas. La derrota de la globalización llegó de la mano de un populista de derecha, no del Foro de Sao Paulo, de Hugo Chávez o Lula.
Consultor, académico y periodista