Las ciudades Patrimonio de la Humanidad de América Latina enfrentan un dilema que, a primera vista, parece insoluble: cómo preservar la belleza y el orden de sus centros históricos sin excluir a quienes los habitan y los dan vida.
Los casos de Quito y Cuzco son un espejo donde puede mirarse Querétaro. Muestran que la respuesta no está en la prohibición ni en la permisividad absoluta, sino en el diálogo y la inclusión como instrumentos de política pública.
Quito optó por la prohibición. A inicios de los 2000, las autoridades reubicaron a más de seis mil vendedores en once centros comerciales populares, respaldados por el argumento del “orden” y la “imagen urbana”.
A corto plazo, el modelo pareció exitoso: calles limpias y monumentos despejados. Pero el efecto fue efímero. Dos décadas después, los locales en los centros comerciales populares lucen vacíos y el número de vendedores ambulantes se cuadruplicó.
Las vendedoras, incapaces de sostener sus ingresos en los nuevos espacios, regresaron a las calles, reproduciendo el mismo fenómeno que se pretendía eliminar.
El caso de Cuzco siguió otro camino. En lugar de expulsar, buscó regular. El municipio creó mercados itinerantes, simplificó licencias y toleró ventas controladas incluso en zonas patrimoniales.
El resultado no fue la desaparición del comercio callejero, sino su convivencia ordenada con la actividad turística.
Aunque los ingresos de los artesanos no aumentaron significativamente, el conflicto se redujo y la ciudad mantuvo estabilidad durante más de dos décadas.
La comparación es clara: la exclusión genera resistencia y fracaso, mientras que la inclusión abre espacio al equilibrio.
Quito intentó imponer un modelo sin escuchar a quienes afectaba; Cuzco, en cambio, aceptó la realidad de su economía popular y la adaptó a su gestión urbana.
Para Querétaro, que vive tensiones similares con el comercio artesanal indígena, estos casos son espejo y advertencia.
El desafío queretano es no caer en el “dejar hacer” o prohibir sin flexibilidad sino construir soluciones en conjunto con los distintos grupos de artesanos, comerciantes formales y autoridades.
Las ciudades que han aprendido a convivir con su diversidad son las que logran preservar no solo su patrimonio material, sino también su patrimonio vivo.
Consultor, académico y periodista