La comunicación política está plagada de trascendidos y rumores. Algunos con mayor asidero en la realidad que otros, pero son parte del ecosistema de la comunicación política.
Con frecuencia se emplean como una herramienta de persuasión para minar la credibilidad de un personaje político. Otras veces son una herramienta para crear expectativas y otras veces son un anticipo de ciertos eventos que están por ocurrir.
Los psicólogos sociales Allport y Postman estudiaron el fenómeno en la década de 1940, durante el entorno de la Segunda Guerra Mundial.
Para los países en guerra, hacer circular rumores era parte de su estrategia militar, de propaganda, contrapropaganda, espionaje y contraespionaje.
Bien reza el dicho que en tiempos de guerra la primera víctima es la verdad. Lo mismo aplica para la temporada de guerra electoral que vivimos cada 3 años y seis años, según el tipo de elección.
Los investigadores desarrollaron una sencilla fórmula que permite medir con qué facilidad puede circular una afirmación que no tiene asidero con datos verificables:(i).
Es decir, la facilidad de circulación de un rumor depende de la ambigüedad de la afirmación (a) multiplicada por la importancia (i) que las personas dan al tema de la afirmación.
Posteriormente han surgido modelos más complejos que buscan medir la velocidad de transmisión del rumor, donde la cantidad de personas en conocimiento del rumor juega un rol importante.
La circulación de rumores puede suponer daños a la reputación de los políticos e instituciones que, si no se atajan a tiempo, influyen en la imagen que las personas construyen de ellos.
El antídoto para los rumores está en la propia fórmula de Allport y Postman: reducir la ambigüedad. Eso se logra con comunicación clara, precisa, oportuna y con asideros en información comprobable.
Otro factor crucial es el tiempo. Para las instituciones y personajes que deseen atajar los rumores, hacerlo cuanto antes es vital. Mientras más tarde la respuesta, más tiempo circula la afirmación no verificada.
La claridad y contundencia para atajar el rumor son vitales. Si la respuesta no despeja la ambigüedad, se puede multiplicar el efecto nocivo del rumor.
En ese sentido, opera el dicho popular “el que calla, otorga”. Y el que no habla con claridad, también.
Una respuesta que califica de rumores a los rumores, como habitualmente la clase política desestima el poder destructivo de esta información viral, puede tener enormes costos en el capital político.
Los efectos ya los vemos y se intensificarán conforme se acerca el día más importante: la jornada electoral.