Los debates se promueven como un ejercicio democrático, como una vía ideal para que los candidatos argumenten sus posturas.

Sin embargo, al igual que los spots, terminan siendo espacios con tiempo limitado. Antes de poder exponer un diagnóstico serio, ya se agotó el tiempo. Así, los escasos minutos se emplean para reiterar frases hechas.

Además, si durante el debate los candidatos optan por cuestionar la trayectoria de sus adversarios, el tiempo de argumentación, de comparar propuestas, termina por esfumarse.

La historia de los debates nos da ejemplos de andanadas de acusaciones que, de ser ciertas, debían procesarse ante las instancias de justicia.

Las políticas públicas pueden ser complejas y en ocasiones contra intuitivas. Es decir, el resultado de una política puede parecer inesperado o contradictorio.

Un ejemplo ampliamente estudiado es el tránsito de los vehículos.

La opción aparentemente obvia e intuitiva para solucionar los congestionamientos es hacer más vialidades para vehículos, ampliar las existentes, al grado, incluso de hacer segundos pisos.

Organizaciones como el ITDP del gobierno Británico tiene estudios profundos sobre por qué ampliar los carriles termina siendo como intentar solucionar la obesidad aflojando el cinturón.

Así como este tema, el Estado mexicano requiere profundidad en el estudio y diseño de políticas públicas.

Sin embargo, los tiempos de exposición de los debates limitan la argumentación. Se prestan más a la chacota y desacreditar soluciones viables, aunque complejas al momento de ser comunicadas.

Desde 1994 se ha experimentado con diversos formatos. Claro, también importa las habilidades de oratoria, análisis y síntesis de quienes se postulan.

Los debates tampoco han servido para dar volteretas electorales. Suelen ser más bien el escaparate para candidatos rezagados, con poca oportunidad de triunfo.

Cuando hay candidatos punteros la estrategia es previsible. El puntero a esquivar ataques, el retador a lanzar golpes.

Los posdebates son aún peor. Ejercicios infumables y predecibles de propaganda.

Todos dicen haber ganado el debate respectivo. La idea es construir una percepción positiva, aunque la realidad sea otra.

A 30 años de debates en México, vale la pena cuestionar la utilidad y trascendencia de estos ejercicios, más allá de la retórica idílica que los exalta.

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