La vorágine electoral nos ha apartado de un aniversario que merece la pena recordar. El 4 de octubre de 1824, hace 200 años se promulgó la primera constitución de la República.

Los primeros tres años de vida independiente se vivieron entre el primer imperio mexicano y el gobierno provisional tras el mandato de Agustín de Iturbide.

El texto constitucional deja ver las prioridades de su tiempo. Habían transcurrido solo tres años de la consumación de la independencia.

Así, el artículo primero hacía énfasis en la independencia frente a España:

“Artículo 1. La nación mexicana es para siempre libre e independiente del gobierno español y de cualquiera otra potencia”.

El artículo segundo define que la República corresponde a los territorios que antes fueron Nueva España.

Y el artículo tercero establecía la fé católica, como la religión oficial: “la religión de la nación mexicana es y será perpetuamente la católica, apostólica,romana. La nación la protege por leyes sabias y justas, y prohíbe el ejercicio de cualquiera otra”.

El último Artículo de la Constitución de 1824 establecía un candado para que fuera inamovible la república como forma de gobierno, la religión católica y la división de poderes.

“Jamás se podrán reformar los artículos de esta constitución y de la acta constitutiva que establecen la libertad e independencia de la nación mexicana, su religión, forma de gobierno, libertad de imprenta, y división de los poderes supremos de la federación, y de los Estados” señalaba el artículo 171.

En general, el texto constitucional se centraba en la organización de los tres poderes: el legislativo, el judicial y el ejecutivo.

A 200 años, el contraste con nuestro texto constitucional vigente es notorio.

El artículo 1 ahora está consagrado a las personas y los derechos humanos.

“En los Estados Unidos Mexicanos todas las personas gozarán de los derechos humanos reconocidos en esta Constitución y en los tratados internacionales de los que el Estado Mexicano sea parte, así como de las garantías para su protección, cuyo ejercicio no podrá restringirse ni suspenderse,salvo en los casos y bajo las condiciones que esta Constitución establece”.

Además obliga a todas las autoridades a “promover, respetar, proteger y garantizar los derechos humanos de conformidad con los principios de universalidad, interdependencia, indivisibilidad y progresividad”.

En medio de estas dos constituciones hay un sin fin de procesos que nos dan identidad y cohesión. Antes se pensaba que la religión era esa amalgama. Hoy, la historia en común nos da la identidad para mantenernos unidos aún a pesar de las diferencias que se maximizan durante los procesos electorales.

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