Gabriel Morales

Demandas insatisfechas y populismo: un coctel electoral

A medida que se acercan las elecciones, las carencias acumuladas por los gobiernos se convierten en terreno fértil para discursos populistas.

Ernesto Laclau lo explicó: cuando las demandas sociales no son atendidas, se abre la posibilidad de que se agrupen y generen una identidad común que busca un cambio radical.

Cada proceso electoral trae consigo el recuento de pendientes. Lo hacen incluso los candidatos del propio partido en el gobierno.

Ya sean carencias en servicios públicos deficientes, inseguridad, falta de empleo, abandono del campo, salud o educación.

El proceso populista se articula cuando las demandas, que en su momento fueron individuales, particulares o específicas, que al no ser escuchadas, empiezan a entrelazarse y a generar una identidad, un nosotros frente un ellos.

Eso fue justamente lo que analizó el politólogo argentino Ernesto Laclau. Su tesis central parte de una idea simple pero poderosa: cuando las demandas democráticas no son satisfechas, pueden empezar a articularse entre sí, aunque sean diferentes entre ellas. Lo que las une no es su naturaleza, sino el hecho de que han sido ignoradas por quienes gobiernan.

En ese momento, deja de importar si la queja viene de una comunidad rural o de estudiantes universitarios. Lo que prevalece es la sensación compartida de que “nadie nos hace caso”.

A eso Laclau lo llamó una cadena de equivalencias. Ocurre cuando diferentes exigencias sociales se perciben como parte de un mismo problema estructural.

Cuando las demandas comienzan a verse como parte de un mismo abandono, surge lo que Laclau llamó una identidad popular. Es decir, las personas dejan de reclamar sólo lo suyo y empiezan a hablar en nombre de un “nosotros” más amplio.

Esa identidad se construye en oposición a un “otro” que simboliza el fracaso del sistema: el gobierno, las élites, las instituciones. Se forma entonces un antagonismo entre “el pueblo que exige” y “los que no cumplen”. Y es en ese escenario donde puede aparecer un liderazgo populista.

El populismo, desde esta mirada, no es una ideología con un contenido fijo, sino una forma de articular demandas sociales bajo una narrativa común. Una narrativa que propone romper con lo existente para dar voz a quienes antes no la tenían.

El populismo surge cuando los canales institucionales no funcionan, cuando la democracia formal no logra canalizar las demandas de la ciudadanía.

Cada vez que un gobierno deja pasar años sin resolver los problemas más urgentes, está alimentando esa sensación de abandono. Y en la medida en que crece esa insatisfacción colectiva, también crece la posibilidad de que surja un discurso que busque representar a “los de abajo” frente a “los de arriba”.

Eso no quiere decir que el populismo sea inevitable. De hecho, el mayor antídoto contra su surgimiento es algo tan básico como un gobierno eficiente, que escuche, que responda, que dé resultados concretos más allá de los discursos.

Hoy se habla mucho de defender las instituciones pero cuando las instituciones no funcionan para todos, alguien llega a prometer que las refundará.

El verdadero reto no es evitar que surjan figuras populares, sino evitar que millones de personas sientan que esa es su única opción. Para eso, hace falta más que campañas. Se necesita construir confianza con resultados, no con promesas.

Y conforme se acerquen las urnas, será crucial observar si los gobiernos actuales atienden esas demandas que siguen pendientes.

Porque si no lo hacen, no será sorpresa que el próximo liderazgo que conecte con “el pueblo” sea uno que prometa empezar desde cero.

Consultor, académico y periodista

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