El Congreso de Querétaro atraviesa una etapa de parálisis política que refleja, en menor escala, los dilemas estructurales de la democracia contemporánea.
Las pugnas internas, la falta de acuerdos y la incapacidad para avanzar en temas urgentes han convertido al Legislativo local en un escenario de desencuentros más que de deliberación.
No es un fenómeno nuevo ni exclusivo: todos los congresos padecen los mismos males cuando la política se reduce a cálculo y confrontación. En EU, el gobierno federal puede quedar paralizado durante semanas por la falta de consenso para aprobar un presupuesto. En Querétaro, basta el nombramiento de una mesa directiva para rozar una crisis institucional.
En ambos casos, el problema no es solo la falta de acuerdos, sino la pérdida de una cultura de negociación política que permita gobernar sin mayorías absolutas.
La actual Legislatura queretana combina tres factores que agravan la tensión: la cercanía del proceso de sucesión gubernamental de 2027, la poca experiencia política de algunos de sus integrantes y las ambiciones personales que contaminan la deliberación.
Lo electoral ha invadido el terreno legislativo, trastocando cualquier intento de construir consensos. Cada decisión se evalúa no por su valor público, sino por su utilidad política.
Desde la ciencia política, los congresos son, por naturaleza, espacios conflictivos. Representan la pluralidad de intereses, ideologías y visiones que conviven en una sociedad.
Pero cuando se bloquea el diálogo y la negociación se sustituye por la descalificación, el conflicto deja de ser productivo y se convierte en parálisis.
En los sistemas sin mayoría clara —o con mayoría opositora como ocurre hoy en Querétaro— la gobernabilidad se vuelve más compleja, pero no imposible.
Exige construir coaliciones, alianzas temporales y acuerdos parciales. Los gobiernos y congresos que logran avanzar en estas condiciones lo hacen gracias a la práctica de una política que entiende el disenso como parte del proceso, no como un obstáculo.
La crisis del Congreso queretano no radica solo en sus actores actuales, sino en un modelo político que castiga la negociación y premia la confrontación. Superarla requiere institucionalizar el diálogo, profesionalizar la labor legislativa y devolverle al Congreso su papel de foro plural, no de campo de batalla. Porque la democracia no fracasa cuando hay conflicto; fracasa cuando los representantes renuncian a resolverlo.

