Construir una carretera, un puente o una glorieta parece una acción sencilla. Uno pensaría que se trata de conectar puntos en un mapa para mejorar la movilidad.
Pero no. En México —y en muchos otros lados, no nos pongamos nacionalistas— cada obra pública es, en realidad, una oportunidad dorada para construir no solo concreto, sino discurso. Y vaya que los actores políticos se pelean por el cemento narrativo.
Según Ernesto Laclau, las sociedades no se organizan por consensos técnicos, sino por narrativas. Y quien domina la narrativa, domina la arena política. La obra no es solo una obra: es una declaración de principios.
Un ejemplo reciente: el proyecto hídrico El Batán en Querétaro. El gobernador Mauricio Kuri lo defiende como una solución estratégica para garantizar el agua a futuro.
Un proyecto de largo aliento, serio, con visión. Pero claro, no falta quien lo vea con otros lentes. El diputado Gilberto Herrera, por ejemplo, ya lo calificó como una “privatización disfrazada” y una obra sin sentido. ¿Técnica la discusión? No, narrativa pura.
Y es que no importa que todavía se discuta su financiamiento en el Congreso local. Lo importante es que ya se instaló el debate: ¿es El Batán una solución o un capricho? ¿Un bien común o un negocio? El agua es vida, sí, pero también es voto. Y en esta disputa, hasta una planta de tratamiento puede ser un campo minado simbólico.
Entonces, lo que parece una simple diferencia de opinión técnica, en realidad es una lucha por definir qué historia vamos a contarnos los queretanos. ¿El gobierno que anticipa el futuro o la oposición que frena abusos? ¿Modernización o saqueo? ¿Planeación o politiquería?
Las redes sociales se convierten en el coliseo moderno. Cada quien sube su video, su “explicación”, su hilo. Unos muestran gráficos, otros gritan "¡no a la privatización!". En el fondo, todos saben que no están hablando solo de agua. Están hablando de hegemonía.
Porque, como bien decía Laclau, la política no trata de verdades objetivas, sino de relatos eficaces. De llenar de significado los vacíos del presente. Y ahí El Batán ya no es solo un proyecto técnico, sino un significante flotante: puede ser símbolo de futuro o de saqueo.
El ciudadano común solo quiere agua en la llave y una tarifa razonable. Pero debe entender que está participando, sin saberlo, en una disputa simbólica. Porque en Querétaro, como en todo México, las obras no se inauguran con cemento. Se inauguran con narrativa. Y ese cuento es una pelea de todos los días.
Consultor, académico y periodista