Una persona arribista es aquella que “progresa en la vida por medios rápidos y sin escrúpulos”. Así lo define la RAE.

Están en todos lados, en la empresa, en la academia, pero especialmente en la clase política.

El acceso al poder y los recursos públicos se ven como una vía rápida para hacer fortuna y ascender.

No es un fenómeno exclusivo de una fuerza política. El Poder es un gran imán de arribistas, aquí y en China.

En tiempos de la hegemonía priísta, los arribistas olfateaban las “cargadas” para no vivir en el error, lejos del presupuesto.

En los doce años del PAN, brotaron convicciones azules hasta debajo de las piedras.

Lo mismo ocurre ahora en tiempos Morena. Quienes fustigaron hace poco el “populismo” del Presidente, hoy se enfundan en chalecos guindas y salen a la calle a pedir el voto.

Más allá del evidente riesgo de corrupción de los arribistas, hay un efecto pernicioso en el largo plazo: banalizan la democracia, los valores y las ideologías.

En general la democracia no tiene buena prensa. Es valorada por círculo cerrado de académicos y algunos ideólogos dentro de los partidos, usualmente relegados por los pragmáticos.

Los arribistas y sus discursos tornasol le dan la puntilla a la democracia. Los ciudadanos observan que los valores fundamentales no importan. Tienen doble o triple moral.

El pueblo llega a la conclusión de que “todos son iguales” y que sus condiciones de vida no mejoran con independencia de qué partido ocupe el poder.

El antídoto, afortunadamente, está a la mano de los ciudadanos, pero requiere un poco de esfuerzo.

A la par de escuchar las “propuestas de campaña”, quienes votamos debemos revisar la hoja de vida de cada aspirante.

La trayectoria en cargos previos, los dichos y los hechos, pueden darnos una idea de la capacidad de quien aspira a ganar una elección.

Aunque parece que todos los políticos son iguales, hay unos más iguales que otros, diría el dicho.

Y sí, nos toca elegir entre “Guatemala” y “Guatepior”, elegir entre inconvenientes. Es parte de la “Real politik”.

No hay príncipes ni princesas inmaculadas. Hay personas de carne y hueso.

Google News