En la política queretana –como en la de cualquier democracia moderna– el antagonismo no es una anomalía, sino la norma. Los partidos políticos, lejos de buscar un consenso neutral, se dedican día a día a construir un “ellos” y un “nosotros” que da sentido a sus luchas, legitima sus posiciones y articula a sus seguidores.
Esta dinámica, más que un defecto, es el pulso mismo de la política, como bien lo analizó Ernesto Laclau: no hay política sin conflicto, sin la pugna constante por el sentido común, sin la disputa de narrativas que nos dicen quiénes son los héroes y quiénes los villanos.
Basta revisar los boletines y publicaciones recientes de los partidos para entender cómo se juegan estos roles en Querétaro. El PAN, por ejemplo, se autodefine como garante del orden, los resultados y la honestidad, mientras que acusa a Morena de ser una “mafia” que institucionaliza la corrupción y pone en riesgo la seguridad. Sus comunicados –con frases como “No vamos a permitir que lo que hoy está destruyendo a México llegue a Querétaro”– no buscan solo informar, sino marcar una frontera entre quienes “trabajan” y quienes “destruyen”.
Por su parte, desde Morena y voces como la del diputado Gilberto Herrera, se construye la narrativa opuesta: el gobierno estatal, encabezado por Mauricio Kuri, aparece como un poder opresor, que utiliza todos los recursos institucionales, mediáticos y empresariales para aplastar a una ciudadanía crítica, organizada y “honesta”. Ejemplo claro es la imagen compartida en el Facebook del propio Gilberto Herrera recientemente, en la que una bota –rotulada con los nombres de Kuri, la UAQ, la Iglesia y “medios chayoteros”– amenaza con pisotear a la “sociedad organizada”, los “políticos honestos” y los “ecologistas”.
En esta escenificación visual, los papeles están claramente asignados: hay un antagonista definido y un pueblo que resiste. Ambos bandos, como explica Laclau, emplean significantes vacíos (“sociedad organizada”, “bien común”, “corrupción”) para articular cadenas de equivalencia que sumen demandas diversas bajo un solo relato: el de la defensa del pueblo contra el adversario.
La política queretana –como toda política– es, ante todo, disputa por el sentido: un escenario donde lo que está en juego no es sólo el poder institucional, sino el significado mismo de las palabras, los problemas y las soluciones. La pregunta central no es quién tiene la razón, sino quién logra que su narrativa se convierta en la visión compartida de lo que sucede.
Consultor, académico y periodista